La cuenta atrás ha empezado a correr y ninguno de los cinco mayores partidos que se disputan el voto de los españoles están seguros de los resultados que pueden razonablemente esperar, porque el porcentaje de electores potenciales que no aclaran si van a ir a votar ni, en caso de ir, a qué formación otorgarán su apoyo deja en el aire el paisaje real que se va a dibujar una vez se hayan abierto las urnas tras la jornada electoral.

Pedro Sánchez sabe que gana las elecciones pero eso y nada es todo uno si resulta al final que la suma de sus escaños más los de Podemos no es suficiente para alcanzar la mayoría. Pero en ese caso, muy probable por otra parte porque todos los sondeos hablan de una importantísima caída del partido morado, los socialistas tendrían varias opciones.

Una, la de negociar con Ciudadanos, sobre cuya cabeza se depositaría la tremenda responsabilidad de ayudar al PSOE a eludir un  acercamiento con los independentistas catalanes. Eso siempre que los resultados de Cs sean lo suficientemente abundantes como para sumar una mayoría.

Dos, intentar ese acercamiento con los secesionistas, cuya obcecación con la celebración imposible de un referéndum de autodeterminación para lograr la independencia y su anuncio de que "esta vez se cobrarán la factura por adelantado" pondría en una situación imposible al hoy presidente en funciones y supondría, en caso de negociar algo con ellos, una amenaza muy seria para los intereses de España como nación.

Y tres, intentar conseguir apoyos para la investidura con el argumento de que siempre será mejor para sus eventuales socios un gobierno del PSOE que uno del PP y, una vez lograda la investidura, abordar una legislatura con un gobierno en minoría pero en mucha mejor posición que la mantenida hasta ahora en virtud del importante crecimiento en escaños conseguido el 28 de abril.

El PSOE ha diseñado una campaña tranquila, no beligerante, en la que la única preocupación es la de evitar que sus votantes se queden en casa

No lo tiene mal, por lo tanto, el PSOE de cara a las elecciones de dentro de 15 días. Por eso ha diseñado una campaña tranquila, no beligerante, en la que la única preocupación es la de evitar que sus votantes se queden en casa. Algo muy poco probable porque los socialistas se están ocupando de agitar constantemente el miedo a que gobierne "la derecha", sin más matizaciones.

Una amenaza  que el propio Sánchez utilizó el mismo jueves en el acto de apertura de la campaña al hablar precisamente a su público de la necesidad de vencer en las urnas a un posible gobierno de "los tres temores", con M, en alusión a PP, Ciudadanos y Vox. En ese sentido, la presencia del partido de Santiago Abascal y las espléndidas perspectivas que el CIS le ha otorgado a Vox le vienen que ni pintadas a Sánchez  para asegurarse que ni uno solo de los suyos deje de acudir a votar. Probablemente, el electorado de izquierdas es el que está ahora mismo más movilizado y tiene a estas alturas más claro a cuál de los dos partidos, PSOE o Podemos, va a apoyar.

Podemos está en las antípodas del Partido Socialista porque sabe que se está deslizando pendiente abajo y, aunque la historia de la "policía política"  les ha dado juego estos días, no pueden pasarse la campaña dando la pobre impresión de que ésa es su arma electoral más potente. La descomposición del partido, el alejamiento de muchas de sus confluencias, los profundos conflictos internos vividos y el hiperliderazgo caudillista de Pablo Iglesias han dejado al partido morado fuera de la carrera hacia la victoria.

El papel más relevante al que puede aspirar hoy es al de mero pinche del maestro al que un día soñó con superar

Y ahora, a pesar de las pretensiones de su líder de entrar en el futuro gobierno socialista nada menos que como ministro del Interior, el papel más relevante al que puede aspirar hoy es al de mero pinche del maestro al que un día soñó con superar. Porque, además, el PSOE le ha "levantado" para apropiárselas todas las cuestiones relevantes que en su día puso ese partido sobre la mesa. Son pocas las opciones que tiene Podemos de revertir a lo largo de la campaña sus pobres perspectivas electorales.

Y ahora entramos en el drama de los partidos del centro y la derecha. El pacto pedido por Pablo Casado a Albert Rivera y que éste desdeñó, pone a ambas formaciones en la tesitura de disputarse los votos que en su amplísima mayoría van a viajar de una formación a otra, y desde el PP a Vox sin que los votantes de este último partido se puedan contabilizar entre ese enorme porcentaje de indecisos. Los votantes de Vox están ya movilizados. Son los potenciales partidarios del Partido Popular y de Ciudadanos los que muy probablemente estén engordando esa partida que el CIS  ha contabilizado en un 40%, una barbaridad.

De modo que ahí está, escondida, encubierta y un punto misteriosa, la bolsa en la que el PP y en menor medida Ciudadanos, tienen puestas sus esperanzas. Y en ese terreno ignoto se disponen ambos partidos, sobre todo el Partido Popular,  a entrar con todas las cautelas para no asustar al votante desconfiado o desencantado por los errores cometidos en el pasado por la formación a la que un día apoyó y que le provocó una decepción que todavía le mantiene escamado.

Vox va a ser el depositario de ese votante decepcionado que abandonó al PP y se fue a la abstención y hoy parece haber encontrado un nuevo refugio en un partido que no tiene una estrategia especialmente refinada porque su único objetivo en este momento es crecer. Crecer y demostrar que están ahí para que se les escuche. Esa posición de los de Santiago Abascal es una auténtica hemorragia para el PP, que se ve seriamente debilitado por quienes formaron parte no hace tanto tiempo del propio Partido Popular.

Tanto el PP como el PSOE van a llevar hasta el límite una estrategia en la que coinciden ambos pero de sentido perfectamente opuesto

Y ahí tenemos a Pablo Casado suplicando a los votantes de Vox que piensen bien lo que van a hacer porque su decisión se les puede volver en contra. "A más Vox, más Sánchez", repiten desde la calle Génova, donde se esfuerzan por atraer a los votantes del partido verde sin que éstos se sientan por ello despreciados u ofendidos. Todo un ejercicio de filtiré que, para quien no lo sepa, es un bordado delicadísimo que se hace sacando a mano, hilo a hilo, las fibras de un tejido hasta hacer una serie de calados artísticos dentro de la tela. Una labor que ya no se hace más que a cambio de pagar una fortuna.

Por todo esto, los resultados del 28 de abril son todavía una inmensa incógnita. Y por eso esta campaña recién empezada, aunque es verdad que ya llevamos mucho tiempo de precampaña, va a resultar tan absolutamente decisiva para todos los contendientes.  Pero, cosa curiosa, tanto el PP como el PSOE van a llevar hasta el límite una estrategia en la que coinciden ambos pero de sentido perfectamente opuesto y que se puede concretar en el lema que utilizó el Partido Socialista en las elecciones de marzo de 2008.

Aquel lema le dio muy buen resultado a José Luis Rodríguez Zapatero, que repitió mandato. Pero ahora es el argumento que emplea también Pablo Casado a la hora de pedir a los electores que no dejen de acudir a las urnas porque, si ellos no van y depositan su voto con la papeleta del partido azul, Pedro Sánchez tiene garantizada la vuelta al poder. El lema era "Si tú no vas, ellos vuelven". Sólo que, en esta ocasión, es una frase reversible, una frase multiusos.