El presidente del gobierno en funciones ha conseguido lo que quería: la repetición de las elecciones. Nadie se ha tragado el argumento de que Moncloa no quería, como tampoco nadie se ha creído la oferta de última hora de Albert Rivera de ofrecer una abstención a cambio de tres condiciones.

Ante tales imposturas, Pablo Iglesias y Pablo Casado parecen dos almas cándidas. El líder del UP se ha mantenido coherente en su petición de un gobierno de coalición -aunque cometió el error de su vida al no aceptar la oferta de tres ministerios y una vicepresidencia que le hizo Sánchez el 24 de julio-. Otro tanto puede decirse de Casado, del que nadie dudaba de que votaría en contra de Sánchez en cualquier circunstancia. Y tal vez por eso, los dos tengan premio el 10-N.

Sánchez busca la repetición electoral casi de forma obsesiva. Cree que los electores le darán la mayoría que ahora no tiene para actuar con plena libertad de movimientos. Porque el presidente en funciones quiere gobernar en solitario, sin ataduras, sin limitaciones.

Todo lo que ha hecho a partir del fracaso de la investidura de julio lo ha hecho en clave electoral. Incluido el ninguneo a Iglesias del que éste dio cuenta en su intervención en la sesión de control de la semana pasada"¿Sabe cuantas veces me ha llamado desde la investidura? Cero"

Como si fuera una estrella de rock, Sánchez retrasó su comparecencia ante los medios, cuando ya se conocía la decisión del Rey de disolver las Cortes, hasta las 21 horas, para hacerla coincidir con el comienzo del Telediario. Y no desaprovechó la ocasión para pedir allí mismo y en prime time el voto masivo de los españoles.

El presidente ha buscado las elecciones de forma obsesiva desde el 25 de julio. Por eso es un sarcasmo que culpe a los demás de una repetición que es a él es a quien más beneficia

Ayer, en la última sesión de control de esta azarosa legislatura, tuvimos un aperitivo de lo que será esta campaña que va a durar casi dos meses (cada vez duran más las campañas y menos los gobiernos). El presidente arremetió con dureza contra la oposición en pleno, dando estera a derecha e izquierda y eludiendo toda responsabilidad en una repetición electoral de la que es el principal responsable.

Sin duda, la pugna por el relato (cada vez que escucho esa palabra me dan ganas de vomitar) centrará una parte sustancial de la batalla que nos espera. La cuestión no es baladí. España lleva desde el mes de mayo de 2018 ralentizada y sin presupuestos. Sánchez sólo puede lucir en la solapa la subida del salario mínimo (pactada con UP) como gran éxito de su breve gobierno.

Pero si ya durante esos nueve meses la actividad legislativa fue escasa y Sánchez tuvo que recurrir al poco democrático sistema del decretazo, desde abril el país está parado. Todo esto, con una desaceleración galopante que ha llevado al BCE a tomar medidas extraordinarias y que obligará a todos los países de la zona euro a adoptar planes de contingencia; sobre todo, si Reino Unido opta por un Brexit duro, la guerra comercial se recrudece y continúan los problemas en ciertos países, algunos tan ligados a España como Argentina.

En lugar de ir poniendo las bases para que el país pueda hacer frente a esa situación en condiciones favorables, para lo que hay que llegar necesariamente a grandes pactos de Estado, Sánchez parece haber optado por una campaña a sangre y fuego. No sólo contra la derecha, sino contra su otrora "socio prioritario", a quien el presidente no ha dudado en culpar de haber frustrado "hasta en cuatro ocasiones" la constitución de un gobierno progresista en España.

El consenso de los sondeos publicados hasta ahora da una subida a los socialistas, pero en ningún caso suficiente como para llegar a la mayoría absoluta. Escenario que sólo contemplo en un momento el fiel Tezanos. Es decir, que nos podemos encontrar muy probablemente ante un mapa político muy similar al que ahora tenemos. Entonces, ¿qué hará Sánchez?

Lo lógico, como dijo el presidente extremeño Guillermo Fernández Vara el pasado lunes en Onda Cero, sería que Sánchez pactara con el que sumara esa mayoría necesaria para gobernar sin depender de los nacionalistas. Lo que le tendría que haber llevado a un acuerdo con Ciudadanos.

El problema es que Sánchez quiere socios débiles y sumisos, que no le reclamen, como ha hecho UP, gobernar en coalición ¡Que se olvide de ello!

Quiera o no el presidente, tras el 10-N tendrá que pactar, no sólo porque lo necesitará para formar un gobierno estable, sino porque la situación va a obligar a grandes acuerdos.

Sin duda, para el país, es mejor un gobierno del PSOE en solitario que una coalición con Podemos. Pero la soberbia, la descalificación sin paliativos de toda la oposición, la elusión de responsabilidades, la utilización de todos los medios del Estado a su servicio, pueden acabar convirtiendo a Sánchez en su peor enemigo.

Con esos modos, no se puede dar un voto de confianza a Sánchez.