Es fácil reprochar a los responsables políticos los posibles errores en la gestión de una crisis sanitaria a la que nunca nadie en todo el mundo se había tenido que enfrentar. Y es fácil porque no hay nada más cómodo que ver los toros acodado en la barrera mientras se juzga al torero que se está jugando la vida delante del morlaco y al que se puede instar, sin riesgo alguno para la propia integridad física del observador, a que se arrime más al toro porque está colocado demasiado lejos para el gusto de ese aficionado. Pero para hablar y exigir con un mínimo de autoridad conviene ponerse en el pellejo del que va a realizar la faena.

Y esto vale para esta crisis del coronavirus y para las autoridades sanitarias y políticas de nuestro país que se han visto en la tesitura de torear una epidemia, convertida ya en pandemia, que amenaza la salud de todos los ciudadanos. Y, salvo algunas objeciones que luego diré, creo que unos y otros lo están haciendo bien. Para empezar porque han tenido la precaución y la prudencia de no alarmar a la población hasta que no ha habido más remedio que tomar decisiones que inevitablemente han desatado el miedo, y a veces la histeria, en aquellas comunidades en las que los afectados por el virus han alcanzado mayor número.

Pero hasta que la situación no lo ha hecho imprescindible, tanto el ministro de Sanidad, Salvador Illa, como el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitaria, Fernando Simón que ya es más famoso que la cantante Rosalía, han venido enviando mensajes de tranquilidad durante las semanas en que todavía los contagios no alcanzaban dimensiones alarmantes.

Eso ha significado que la población se ha mantenido apaciguada y que la histeria, propia de quienes viven cómodamente instalados en el bienestar y no prevén bajo ningún concepto que un agente externo pueda alterar su tranquilidad, no se ha desatado hasta que los expertos han decidido tomar decisiones tan drásticas como la de cerrar todos los centros de enseñanza de la Comunidad de Madrid. Y entonces ha sido el descontrol y el acopio desmedido de víveres ¡y de papel higiénico!, una cosa inexplicable porque no se tienen noticias de que este virus produzca diarreas. Pero el hecho es que los rollos de papel higiénico desaparecen de los anaqueles de los supermercados a la misma velocidad que los paquetes de leche.

Es fácil reprochar a los responsables políticos los posibles errores en la gestión de una crisis sanitaria a la que nunca nadie en todo el mundo se había tenido que enfrentar

Esta desmedida reacción de la población -hablo siempre de Madrid porque es aquí donde se han producido más contagios y más muertes- es la que han estado conteniendo hasta ahora, con sus mensajes tranquilizadores mientras eso ha sido posible, los responsables políticos y sanitarios del Gobierno, ayudados por los consejos de los expertos. Por eso no me parece objetivo reprocharles errores en la gestión de una situación para la que ninguno de nosotros estaba preparado.

Una objeción sí tengo: no se ha explicado con la suficiente claridad por qué no se tomaron medidas para prohibir las concentraciones del 8-M en las que cientos de miles de mujeres salieron a las calles a expresar sus reivindicaciones en favor de la igualdad. Aquellas fueron unas concentraciones de riesgo evidente de contagio que se permitieron en toda España, del mismo modo que se permitió en Madrid la convocatoria de Vox en Vistalegre, otro foco de posible transmisión como acabamos de comprobar cuando hemos sabido que el secretario general de ese partido, Javier Ortega Smith, ha dado positivo por coronavirus.

Allí había 9.00o personas, del mismo modo que en las calles de Madrid había 120.000 mujeres -en toda España alrededor de un millón- todos ellos sin protección alguna. Y si no hubiera sucedido lo que sucedió pocas horas después, cuando el Gobierno, de acuerdo con la Comunidad de Madrid, decidió clausurar todos los centros de enseñanza, con lo que eso supone de profunda alteración de la vida económica y familiar de la población, lo sucedido el día anterior podría haber pasado desapercibido.

Pero el contraste entre una actitud tan permisiva el domingo y tan restrictiva el lunes por la mañana no ha encontrado una explicación convincente por parte de los responsables. Ni el ministro de Sanidad ni el presidente del Gobierno en su comparecencia de ayer a última hora de la tarde han podido proporcionar un argumento convincente que desmienta la impresión generalizada de que el domingo operaron razones políticas y de oportunidad para haber permitido la mayor concentración de personas que se había producido hasta ese momento.

Y si eso fue así, como me temo, hay que decir que el Gobierno cometió una formidable irresponsabilidad porque ha permitido que el contagio del virus se multiplique entre la población de manera exponencial. Vox ha pedido perdón por el error de haber convocado el acto de Vistalegre pero el error fue de los responsables políticos y sanitarios que, si no suspendían una de las dos convocatorias, era evidente que no podían suspender la otra.

No se ha explicado con la suficiente claridad por qué no se tomaron medidas para prohibir las concentraciones del 8-M en las que cientos de miles de mujeres salieron a las calles

Y una cosa más: si se suspenden las Fallas, como se decidió ayer por parte de las autoridades valencianas de acuerdo con los responsables del ministerio de Sanidad, una medida que parece del todo oportuna, y no se admite la presencia de público en las competiciones deportivas, no se comprende por qué se mantienen abiertos los centros comerciales de todo el país y cualquier lugar en el que la concentración de personas haga más fácil el contagio. En este asunto no pueden producirse contradicciones que envíen mensajes confusos a la población.

Debemos por lo tanto prepararnos para asumir más restricciones de las que ahora mismo padecemos. Lo ha dicho el presidente Sánchez: "Nos esperan semanas difíciles", lo que significa que el número de contagiados y de muertos se va a multiplicar de manera exponencial y que la vida de los ciudadanos se va a complicar más de lo que ya lo está ahora.

Dicho esto, tengo la impresión -el tiempo dirá si equivocada- de que esta crisis del coronavirus, que va a provocar problema muy serios en la economía española y va a afectar muy profundamente a un gran número de pequeñas y medianas empresas además de dañar muy gravemente el mercado laboral, es producto de una psicosis que a estas alturas puede no tener fundamento. Pero asegurar esto puede resultar muy arriesgado porque en este instante de la crisis se pueden leer artículo de expertos que anuncian una auténtica catástrofe universal pero también otros de científicos que dan razones para la tranquilidad. Sí se sabe que afecta muy seriamente e las personas mayores y a quienes temen otras patologías previas de circulación o respiratorias. Pero no sabemos con certeza el grado de gravedad y de amenaza que supone para una persona joven y sana contraer esta enfermedad.

Lo único seguro es que nos esperan tiempos peores y que toda precaución es poca. Con eso nos tenemos que arreglar.

Es fácil reprochar a los responsables políticos los posibles errores en la gestión de una crisis sanitaria a la que nunca nadie en todo el mundo se había tenido que enfrentar. Y es fácil porque no hay nada más cómodo que ver los toros acodado en la barrera mientras se juzga al torero que se está jugando la vida delante del morlaco y al que se puede instar, sin riesgo alguno para la propia integridad física del observador, a que se arrime más al toro porque está colocado demasiado lejos para el gusto de ese aficionado. Pero para hablar y exigir con un mínimo de autoridad conviene ponerse en el pellejo del que va a realizar la faena.

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