A Illa, al achuchable Simón y hasta a Pedro Duque, con su sonrisa de marinero desembarcado de musical, los llenan de corazones en el Facebook unas señoritas con nombres de danzarina de siete velos o de tenista rusa. Ni siquiera el Gobierno, que vigila las redes sociales con helicóptero y tiene a un general de la Guardia Civil entregado con todo su personal de vuelta ciclista a guapear su gestión, puede evitar que pase esto. O sea, que esa gestión suya guste tanto que en el Facebook del Ministerio de Sanidad empiecen a salir corazones de las tetas de estudiantes danesas que nacieron el otro día en el perfil, es decir que nacieron justo para darles su corazón, disparado directamente desde la foto como un botón de la blusa.

Illa, Simón y los demás son irresistibles y en vez de Facebook deberían estar en Tinder, esa red social que es todo lomo. O es que este Gobierno, dedicado a cazar bulos de Forocoches en vez de traer mascarillas de verdad y test sin tropezones de chorizo, no tiene sin embargo reparos en usar bots en las redes, en este caso bots de ojos almendrados que ponen caritas y corazones de bombón a sus bandos y hasta a sus muertos.

Ya sabrán que los bots son programas hechos para suplantar interacciones humanas y hasta carne humana en Internet, que algún ingenuo se ha llevado un disgusto con esos bellezones que parecían cautivadas por su calvicie en el Messenger. Con una foto de modelo y un perfil mínimo, son capaces de convertir a un calvete en un donjuan y a este Gobierno en una bomba atómica contra el virus y contra la derechaza.

El trabajo es la mitad si se unen la propaganda de esos bots, que son como globos comprados para los cumpleaños, y lo de “minimizar el clima contrario a la gestión del Gobierno” (es una frase de memorándum, no un lapsus, ni un error como si hubiera pronunciado mal ‘dentífrico’). Al fin y al cabo, un bot no es un bulo. Un bulo es una mentira horrenda y malintencionada, una especie de zepelín fascista que manda la derecha contra el Gobierno. Pero un bot es sólo una mentirijilla, una especie de empujoncito a la fantasía y al buen rollo del españolito de bajón, algo así como animar con strippers a ese calvete.

El Gobierno sigue luchando contra el bulo con periodistas y con submarinos, a pesar de que uno no encuentra ese gran bulo que haya sido capaz de desestabilizarnos tanto como las trolas del propio Sánchez

Un militar del aire se tiene que vestir verdaderamente de aviador, con todas sus alas bien escuadradas y geométricas, como aves aztecas o germanoides, para desmentir que vayan a desinfectarnos desde el cielo aviones. Está claro que ese bulo puede desestabilizar todo el país, la sanidad y la infraestructura de azoteas y ojopatios. Toda la gente recogiendo la ropa tendida y cerrando las ventanas genera un estrés social que mina la moral y además ayuda al virus, que nos encuentra mal ventilados y con un calcetín menos. Pero miles de inocentes bots con cara de amor de biblioteca o de Natasha lánguida o de capitana de voleibol animan mucho. Las curvas de los ministros empanados y sus científicos con orzuelo se creen mucho mejor cuando Kaylie Mahi o April Wojtanik han dejado su corazón de pintalabios sobre el dato o la excusa ministerial como si fuera sobre tu servilleta o tu solapa. Y eso es lo que importa.

El Gobierno usa los bots como usa los aplausos con guantes de horno y los karaokes de balcón y esos especiales del Telediario sobre imanes de nevera. ¿Son mentira, son manipulación, son engaño esos bots? Bueno, digamos que son fantasía. No es lo mismo ver que el último vídeo de Simón ha gustado a 48.000 personas, miles de ellas jóvenes traídas como desde harenes de jaspe, que ver que hay un millar de interacciones y la mayoría de enchufados de diputación, trols de Vox y médicos vestidos con un saco.

En Internet hay mentira, que es la de la derecha, por supuesto, y luego hay fantasía que no hace daño, aunque sea un poco menorera, hay que decirlo. También es verdad que entre tanta belleza teen con beso de chicle también se les cuela algún paquistaní en motocarro, igualmente muy entregado a la actuación del Ministerio. Con algunos de estos admiradores alquilados incluso se da el caso de que el código no ha estado fino y a lo mejor en vez de corazones han dejado risas, ahí en el último informe de contagiados o de muertos. Pero todo cuenta, todo suma.

El Gobierno sigue luchando contra el bulo con periodistas y con submarinos, a pesar de que uno no encuentra ese gran bulo que haya sido capaz de desestabilizarnos tanto como las trolas del propio Sánchez. Sí, me pregunto qué bulo ha perjudicado más que los errores del Gobierno encargando test por AliExpress o comprando mascarillas de tela de alpargata. O más que ver a Sánchez tocándose esa mascarilla por dentro, como un adolescente con el condón al revés.

Ahí está el Gobierno con la guerra del bulo, una guerra como de dragaminas que en realidad es contra toda opinión que no les gusta. Mientras, eso sí, ellos mismos usan bots, miles de cuentas falsas de señoritas hinchables y pescadores de perlas haciéndoles la pelota. No es doble moral, porque ya han asumido que la moral sólo es suya y la mentira sólo de los otros. Además, yo creo que Pedro Duque anda muy ilusionado con una rusa que parece un leopardo de las nieves y le deja corazoncitos como las pisadas de sus dientes.