Casi se nos olvidaba que detrás del virus y de las cejas montañosas de Fernando Simón seguía estando Sánchez, el sanchismo, que es algo capaz de sobrevivir a las pandemias, a los cataclismos, al desinfectante y no digamos a la verdad. De nuevo en su plenitud caótica y oronda, Sánchez engaña a la vez a Ciudadanos, a Bildu y a sus socios de gobierno. Incluso apuesta a ciegas toda la legislación laboral ante la mayor crisis económica que hayan conocido los vivos. Con el virus, Sánchez parecía que se había quedado solamente ahí ante ese pilón vecindón de hipidos de velatorio, aplausos de tendedero y pitos de guardia, pero todavía puede ejercer gloriosamente su antipolítica del desconcierto.

La paradoja que define al sanchismo es ese señorial manejo de la incoherencia, la contradicción y el embrollo, y que siempre termina igual, con la sonrisa de Sánchez sobre un aire cementerial de destrucción e irrealidad, como la del gato de Cheshire. Lo que ocurre es que sus obras de antipolítica, que son como góticas, monumentales de sombra y gloria, han acabado revelando en estas últimas negociaciones igual maestría que desesperación.

Ciertamente, maravilla que Ciudadanos y Bildu hayan sido engañados pero no se sientan engañados. Ciudadanos no ha conseguido nada aparte de dividir un mes en dos trozos, como un alquiler de pensión. Lo demás era o bien ambiguo o bien evidente, cuando no directamente ingenuo, como lo de evitar acuerdos con los nacionalistas.

Sánchez está verdaderamente asustado. Ya firma cualquier cosa, tenga sentido o no, haga falta o no, sea un disparate o no

Los nacionalistas siguen ahí aunque ahora anden de riña, esas riñas como de tango malo, con demasiado arrastre de verso y pies, que le salen a Rufián. De hecho, ahí estaba Sánchez negociando con Bildu. Aun así, los de Ciudadanos se sienten satisfechos. Yo creo que ya agradecen cualquier cosa que les otorgue existencia, cuando hasta en el Congreso parecen ya sólo un juego de espejos, únicamente reflejos, vacíos y reojos.

El acuerdo con Bildu ha sido una cosa macabra, nocturna, nudosa y desquiciada, puro Frankenstein, que a uno le parece la cumbre del caos sanchista. Ya no nos espantamos de que Sánchez pacte con los de Bildu, a los que trata con mimo o con baba en cada pleno. Incluso ahora, cuando los proetarras atacan a su compañera Idoia Mendia y la portavoz a la que acuna Sánchez, Mertxe Aizpurua, se niega a usar la palabra “condena” porque le debe sonar como a Torre de Londres. Los arrumacos a Bildu, como digo, ya casi no nos merecen atención, tal es la avilantez sanchista, pero es que nada en ese acuerdo tiene sentido.

Ni tiene sentido la “derogación íntegra” de algo que no es una ley en sí, ni se pueden dejar de repente huecos donde antes había ERTE o toda la carpintería metálica de la FP, ni hay tiempo material de hacerlo a la sombra del virus. Sin embargo, el mismo Sánchez lo santificó ya el miércoles en el Congreso: Aizpurua, en su última intervención, se alegra de que Sánchez dé por hecha su abstención porque significa que “han aceptado el acuerdo para la derogación íntegra de la reforma laboral”. Tal cual. No era pues cosa de mecanógrafos locos ni de una Lastra desatada.

El caso es que, ya saben, el PSOE luego “matiza” o limita ese acuerdo a un posibilismo brumoso, Lastra defiende que en realidad es lo mismo, la propia Mertxe Aizpurua se muestra de acuerdo, y todo a la vez que Otegi e Iglesias reclaman la literalidad bíblica del texto original. Esto, además, sin tener en cuenta el valor que puede tener el compromiso de rehacer la legislación laboral a la espera del rescate de Europa, con hombres de negro o simplemente la negra horca del dinero. Una locura, incluso para Sánchez.

Quizá el gran superviviente haya llegado a la conclusión de que, ahora mismo, sólo puede sobrevivir en el estado de alarma como en un aparatoso helicóptero ambulancia

El icono del Sánchez embaucador y superviviente, pura flotabilidad política, resurge porque ganó su votación de una manera increíble y artera, apuntando a todo y a todos, pero al mismo tiempo se nos revela con su inocultable debilidad decadente (Sánchez no ha dejado de manifestar su gusto por el dandismo de la decadencia, desde el lujo romano al romanticismo de la destrucción).

Yo sigo pensando que Sánchez está verdaderamente asustado. Ya firma cualquier cosa, tenga sentido o no, haga falta o no, sea un disparate o no. Hay que recordar que el embrollo con Bildu no es otra cosa que el regalo de toda la legislación laboral a unos radicales de tea, herrería y plomo, en medio de una crisis histórica y a cambio de una abstención innecesaria y hasta obscena. Aun conociendo a Sánchez, creo que hay que estar muy asustado para hacer esto.

No se trataba de una investidura, ni de unos presupuestos. Sólo de la prórroga de un estado de alarma que, descartada su necesidad científica, en principio se queda sólo en la urgencia de su poder exagerado y rococó. Pero Sánchez ya lo ofrecía todo, sin mirar. Se diría que Sánchez teme que Frankenstein vuelva pronto a la tumba, despedazado como una vaca. Quizá el gran superviviente haya llegado a la conclusión de que, ahora mismo, sólo puede sobrevivir en el estado de alarma como en un aparatoso helicóptero ambulancia.