El Gobierno se quita de encima a los muertos desobedientes y también a los guardias civiles desobedientes. La gente no se muere como quiere el Gobierno y Simón tiene que salir con su cara de San Pedro a cambiarlos de purgatorio o de redil y a volver a hacer esas cuentas suyas de los muertos, muy desordenadas como sus llaves. La Guardia Civil tampoco hace lo que quiere el Gobierno, por ejemplo ejercer de soplón de las investigaciones judiciales, y tiene que salir Marlaska como si fuera Sito Miñanco a explicar que Pérez de los Cobos pasará una larga temporada pescando. El muerto inadecuado desaparece, el guardia civil rebotado desaparece, el periodista que muerde la mano desaparece, la abogada del Estado díscola desaparece, y se diría que todos terminan en el fondo del mismo lago.

Sánchez se estaba defendiendo del virus poniéndonos por delante a generales como pasos de palio, a opositores que hablan de carrerilla y a científicos con jersey de Woody Allen, mientras él se quedaba en su capilla de esposa de torero, a llorar perlas negras. Pero Sánchez no concibe al funcionario sólo como parapeto o distracción, sino sobre todo como esbirro. Simón continúa ahí a pesar de sus borrones porque sigue haciendo lo que se le pide, malcontar el 8-M o malcontar los muertos, ponerse o quitarse la mascarilla como su sombrero de Juan Tamariz, aplanar la curva con su planchado de solterón o lo que haga falta, siempre con esa ternura del que está a punto de estornudar. Pero un técnico en inventos del tebeo no es igual que un miembro de un cuerpo armado. Los que nos defienden y nos vigilan, los que nos pueden poner la multa o las esposas, no pueden ser esbirros.

A la Guardia Civil ya se le quedó una duda en su honor, como una mancha sobre charol, cuando el general José Manuel Santiago reconoció que trabajaban “para minimizar el clima contrario a la gestión del Gobierno”. Se culpó a esa engalanada torpeza con la que se manejan los militares en el mundo civil, la cosa se matizó o se maquilló y nada más se movió. Pero lo de López de los Cobos es diferente, no cabe malinterpretación en esa orden directa en contra de las instrucciones de la juez. A López de los Cobos se le habría destituido, simplemente, por no ser un esbirro.

Hace mucho que los ciudadanos son tratados como imbéciles, el Estado como botín, los funcionarios como esbirros y hasta los muertos como sacos

Pensar que Simón nos suelta mentirijillas sobre la epidemia como cuentitos sobre los dientes de leche no es lo mismo que pensar que la Guardia Civil obedece a Sánchez por encima de los jueces y de la ley. A pesar de ello, Marlaska no compareció para dimitir, sino como si hubiera despedido a Luis Enrique. Llamó “impulso” al cese y, sin pudor, anunció que arreglarían esas viejas casas cuartel, que son como covachas de Virgen, y que se completaría la equiparación salarial. Un 20% más en la nómina el día en que el Cuerpo rabiaba, dimitía su número 2 y los jueces se llevaban las puñetas a la cabeza. De repente, esos cuarteles que eran ya como pecios y esa antigua reivindicación del salario, todo se arreglaba en un día, cuando ni siquiera se había anunciado que Marlaska compareciera. Era raro, como si nos devolvieran Gibraltar. Pero es la gran enseñanza sanchista: si se desobedece, a la calle; si se obedece, llegará el premio.

No estamos ante un policía que se corrompe por una caja de tabaco, sino ante toda la Guardia Civil comprometida en enjuagues, purgas, chantajes y recompensas que están entre las del señorito y el mafioso, con el escalofrío de que el señorito o el mafioso es el propio Gobierno. Ya no importa siquiera el informe, o lo que pueda decidir la juez sobre las responsabilidades del delegado del Gobierno en Madrid o del propio Fernando Simón, que cumple su rol en su viñetita como el profesor Bacterio. Se trata, si el relato que nos llega es exacto, de que un ministro habría destituido a un cargo de un cuerpo que actúa como policía judicial por negarse a revelar información sobre una investigación que afecta al Gobierno. Así está ya el sanchismo, con gorra de plato. Y ni siquiera se molesta en no parecer sospechoso, así que llega con una cesta de bananas para la Guardia Civil al otro día, como el infiel con ramo de flores y carmín en la cadera.

No importa si Sánchez se pone gorra de Gadafi o terno de tanguista, porque el escándalo podría llegar hasta él si la juez se decide a investigar esta indecente maniobra. Mientras, les invito a pensar en el escándalo al revés. Piensen en todos los funcionarios, técnicos o chupatintas, en toda la marinería de cargos con o sin pistolón que mantienen el puesto y el cuello bajo la mirada de Sánchez. Piensen en que, visto lo visto, si siguen ahí es porque obedecen, incluso contra la ley. Piensen también en que, con esta gente, un juez no podrá fiarse ya de ninguna investigación, ni de la Guardia Civil ni de nadie. Piensen en la dimensión de esa cloaca. Pero no podemos decir que no lo vimos venir. Hace mucho que los ciudadanos son tratados como imbéciles, el Estado como botín, los funcionarios como esbirros y hasta los muertos como sacos.