Esta noche conoceremos los resultados de dos elecciones autonómicas, las gallegas y las vascas, que tienen una clara lectura en clave nacional por lo mucho que afectan a los dos grandes partidos del país: el PSOE y el PP. Ambos se juegan mucho porque ambos se ven forzados a someterse a examen por razones muy diferentes y porque ambos se juegan su prestigio, aunque más en una comunidad que en otra.

Vayamos del País Vasco a Galicia. En la primera comunidad el PSOE no espera vencer pero sí mantenerse o incluso aumentar los nueve escaños -un resultado paupérrimo- que logró arañar en las últimas autonómicas de 2016. Ese fracaso, que no hizo sino aumentar la dramática pérdida de apoyos sufrida por el PSE desde el año 2o12, se vio compensado por un nuevo pacto de coalición con el PNV, con quien ha gobernado estos cuatro últimos años en los que sus escuetos nueve escaños completaban justamente la mayoría absoluta con los nacionalistas de Urkullu que habían obtenido 29 diputados.

Con ese pacto y con sus tres consejerías en el gobierno vasco, los socialistas salvaron la cara, una cara que en realidad habían perdido al mismo ritmo en que perdían apoyos populares: en esas últimas elecciones el PSE había pasado de tener los 16 diputados conseguidos en 2012 a sólo esos nueve que les han permitido estar en el gobierno y disimular con ello su creciente fragilidad. Pero es que el socialismo vasco venía de perder ya entonces otros nueve diputados porque en 2009 obtuvo 25 escaños y más de 300.000 votos, su máximo histórico. En 2016 ya no contaba más que con el respaldo de 120.000 ciudadanos vascos, es decir, había perdido un tercio de su electorado.

Los resultados que PP-Cs obtengan hoy en el País Vasco le van a ser cargados sin duda a la cuenta de Casado y todo apunta a un fracaso indisimulable

De manera que esta es la historia de un fracaso continuado aunque atemperado con el pacto de gobierno en coalición que el PSE repetía una vez más con el PNV, nunca como socio principal sino como socio menor. Pero nunca con tan magras fuerzas. El socialismo vasco liderado por Idoia Mendia está, o más bien estaba, en sus mínimos históricos pero ahora las previsiones le auguran un aumento de entre dos y cuatro escaños. En cualquiera de las dos patas de esa horquilla, la secretaria general de los socialistas vascos habrá cosechado un éxito indiscutible aunque no se pueda de ninguna manera calificar el resultado de hazaña porque viene de estar prácticamente en el subsuelo.

Pero en estas elecciones vascas no parece que esté en juego el juicio que a los electores les merece la gestión del Gobierno de Pedro Sánchez en la crisis del coronavirus. Ni siquiera, de hecho, lo está el juicio de los votantes sobre el modo desastroso con que el gobierno de coalición presidido por Iñigo Urkullu ha afrontado el desastres del desprendimiento del vertedero de Zaldívar.

Al contrario, las perspectivas electorales de los peneuvistas son muy halagüeñas en la medida en que los sondeos les anuncian de 31 a 34 escaños, lo que podría convertir los resultados electorales de hoy en el mayor éxito nunca registrado por este partido en toda la historia de nuestra democracia. Treinta y tres fue el número máximo de diputados que logró el PNV, en las autonómicas de 2001. Si hoy consigue uno más, habrá hecho historia.

Ambos partidos, PNV y PSE, libran en estas elecciones una batalla más local, más autonómica que nacional, cosa que no le sucede al Partido Popular. Primero, porque acude en coalición con Ciudadanos y las perspectivas que apuntan los sondeos no son nada halagüeñas: ni siquiera acudiendo las dos formaciones juntas parece que mantienen ni siquiera los resultados del PP en 2016 sino que pierden la friolera de entre seis y tres escaños. Una catástrofe.

Y segundo, y no menos relevante, porque esta candidatura conjunta y el propio candidato del PP son resultado de una decisión personalísima del líder del partido, Pablo Casado. Fue él quien impuso a finales de febrero la salida inesperada de Alfonso Alonso, que se disponía en ese momento a entrar de lleno en la campaña electoral para unos comicios que estaban convocados para el 5 de abril y que luego tuvieron que ser suspendidos a causa de la crisis del coronavirus.

Pero Casado le cortó la salida antes de que Alonso hubiera empezado la carrera y le anunció sobre la marcha el nombre de su sustituto: Carlos Iturgaiz. Con este cambio en el liderazgo del Partido Popular vasco, Pablo Casado daba un golpe de autoridad porque Alonso se había opuesto frontalmente a los términos en que la dirección de su partido había cerrado su pacto electoral con Ciudadanos.

Pero también hacía una apuesta clara por un modo distinto de entender la acción política en ese territorio: un intento de regreso a la antigua época, con un discurso muy alejado en el tiempo y en las circunstancias del que hasta entonces había encarnado Alfonso Alonso.

Los resultados que PP-Cs obtengan hoy en el País Vasco le van a ser cargados sin duda a la cuenta del presidente del partido y a la de la dirección nacional. Y todo apunta a un fracaso indisimulable. Es en esta candidatura donde los resultados van a tener una lectura que va a ir mucho más allá de los límites geográficos de esa comunidad autónoma.

Y si eso es así en el País Vasco, lo es en mucha mayor medida en Galicia, pero aquí sí que el PSOE y su líder Pedro Sánchez se juegan parte de su prestigio. La candidatura de Gonzalo Caballero corre el riesgo, según los sondeos, de ser superada por la del BNG, lo cual supondría una humillación para la apuesta socialista y un muy serio pescozón para el presidente del Gobierno, que ha hecho un enorme esfuerzo por respaldar al candidato de su partido a pesar de que una avería del avión que debía transportarlo al acto de cierre de la campaña haya impedido que estuviera este viernes en Vigo.

Si el PSdeG no consigue subir más allá de dos escaños, de 14 a 16 y el BNG de Ana Pontón logra recoger las ruinas de Podemos en Galicia y da el inmenso salto que pronostican los sondeos -más que doblar sus actuales 6 escaños-, el golpe al socialismo gallego sería formidable porque en la hipótesis, poco probable pero no imposible, de que Alberto Núñez Feijóo perdiera la mayoría absoluta y fuera posible la formación de un gobierno de coalición de los partidos de izquierda, la presidencia de ese gobierno podría recaer en la líder del BNG y el socialista hacer de acompañante menor de la vencedora. Brutal para Caballero y brutal para Sánchez.

Para Pablo Casado la victoria de Núñez Feijóo es tan importante como potencialmente amenazadora

En cualquier caso, el juicio de los electores sobre la presidencia de Pedro Sánchez sí va a tener un peso en estas elecciones en Galicia pero es un hecho que las perspectivas no son nada tranquilizadoras para él y ya no digamos nada para Pablo Iglesias, cuyo partido parece que va a naufragar rotundamente en los dos territorios, un poco menos en el vasco y mucho más, de manera estrepitosa, en el gallego.

Podemos no sólo no remonta sino que se despeña en ambas comunidades, lo cual tiene poco de sorprendente habida cuenta de las múltiple peleas internas, purgas y disensiones varias que han protagonizado los varios dirigentes de ese partido en los últimos cuatro años. Ya puede Iglesias aferrarse a su presencia en el Gobierno porque como se suelte se parte la crisma.

Pablo Casado apuesta en Galicia sobre seguro aunque no todo está dicho todavía. Lo previsible es que Núñez Feijóo consume la proeza de lograr su cuarta mayoría absoluta pero la abstención planea como un cuervo de mal agüero sobre esos escaños de más o de menos que le pueden llevar a la victoria más rotunda o al más rotundo de los fracasos.

Para Pablo Casado la victoria de Núñez Feijóo es tan importante como potencialmente amenazadora. El éxito arrollador del gallego insufla fuerza al PP de toda España y se convierte en un poderoso contrafuerte para la supervivencia del partido. Pero nadie puede discutir que la estrategia política de Núñez Feijóo, esa que le ha dado ya tres mayorías absolutas y que le puede dar hoy la cuarta, es la estrategia de la moderación política, la apuesta decidida por una posición de centro.

Y eso contrasta con la dirección que el propio Casado ha querido imprimir al PP vasco cuando decidió expulsar sin contemplaciones a Alfonso Alonso y sustituirle por un candidato de los tiempos más oscuros, cuando ETA asesinaba a mansalva a las gentes de paz.

El probable pero no seguro triunfo del líder gallego ejercerá una influencia indiscutible sobre todo el partido y condicionará el trayecto político de Casado en la vida nacional. Y ése puede convertirse en un problema a largo plazo porque la figura de Núñez Feijóo se agrandará en prestigio y en influencia en toda España y podría llegar a achicar dramáticamente el espacio del propio presidente del Partido Popular.

Éstas son algunas de las muchas cosas que se ponen en juego en las elecciones del País Vasco y de Galicia.