La vicepresidenta tercera, Yolanda Díaz, ha entrado en la campaña de Madrid, en la que en realidad está entrando todo el mundo porque este Madrid ya es simbólico en la paz y en la guerra, como un París ocupado o liberado. Yo creo que también ha entrado por quitar un poco de ese tono rapero que tiene todo con Iglesias. Meter a Díaz es como meter de repente a una bailarina de Podemos entre mochilas con metralla y justicia de cancha callejera. A Díaz la tienen por moderada, pero lo que pasa es que ha prescindido del acento podemita, ese acento de seminarista que les dejan los megáfonos, las asambleas estudiantiles y las nanas con hisopo y encajito a la clase obrera como si fuera el Espíritu Santo. Díaz parece el cisne de Podemos entre patos guerrilleros de alberca y cáñamo, pero el fondo ideológico y palmípedo es el mismo. Así, dice por ejemplo que “el comunismo es democracia e igualdad” y piensa que “Iglesias cambió el curso de la historia”, como si fuera un cruce de Lenin y Cristóbal Colón.

Yolanda Díaz puede ser la heredera de Iglesias y hasta viste ya de heredera, con ropa blanca y ventosa a juego con alguna casa colonial. Pero no se nos aparece pija, como Irene Montero pidiendo sus tés sudafricanos como si estuviera en el palacio de Buckingham, con toda la Commonwealth en la cocina, allí a ristras. Díaz sólo parece seria y distinguida, no va con el uniforme ni con el frenillo de la secta, y pone de acuerdo al PSOE y al Podemos vallekano en un progresismo posibilista o de sentido común. En el consejo de ministros yo me la imagino haciendo como de árbitro de voleibol, alta, serena y fina como una giraldilla. Pero, al final, cuando la ministra ha salido a la calle, un poco ajena, un poco fuera de sitio o de color, ya digo que como si fuera el cisne o el flamenco de Podemos, vuelve a que la democracia son ellos solos, no ya el pueblo sino ese pueblo sin necesidad de pueblo que representa el liderazgo carismático y simplificador de Iglesias.

Yolanda Díaz hace en Madrid una campaña ortodoxa, casi vulgar, que al final es el mismo argumentario de Iglesias pero como pasado por una traductora de la ONU, que es lo que parece ella. Se empezaba a decir ya que Díaz era la nueva esperanza de la izquierda verdadera, que podría mantener la pureza del rojerío dentro de unas formas y un fondo de armario más del PSOE, y comerle así terreno. Pero resulta que esta nueva esperanza sigue quedándose la democracia entera como si fuera la cancha de baloncesto del barrio, y glorifica a un líder que se diría que ha movido la historia entera como sólo con las cejas (ellos ensalzan mucho a las mayorías y al “pueblo”, pero siempre dependen de un mesías con poderes, con vozarrón o con tambor). O sea, lo de siempre con modos de maestrita amable.

Con Díaz en la campaña de Madrid están intentando suavizar a Iglesias y hacer un poco de acuarela de la democracia de los adoquines

Yolanda Díaz es capaz de esta campaña ortodoxa, aun con sus formas suaves, con su paleta pastel, no por necesidades electorales sino por una convicción que no disimula. Yolanda Díaz, aun sin recurrir a la homilía rapeada ni a la camiseta porrera ni al sobaco revolucionario, todavía sigue diciendo que comunismo y democracia son lo mismo, que eso es lo que le enseñaron a ella en su casa, casa como de un PCE de linotipista, imagina uno. En ese punto de la reciente entrevista adoptaba una pose navideña, entre olores de pestiño y jersey de madre, como si el comunismo no estuviera ya en la historia, sino que nos lo tuviera que descubrir ella como una receta pastelera de su familia; como si nos dijera que el comunismo de verdad, el bueno, el auténtico, no lo hemos probado nunca como no hemos probado las croquetas de su abuela. “No frivolicemos con la libertad”, decía, comentando el lema de Ayuso. Y lo decía después de hacer equivalentes el comunismo, la democracia y su puchero casero.

Yolanda Díaz puede ser, y quizá sea, la perfecta heredera de Iglesias, porque mantiene su fondo con formas como de arpista o patinadora. Aunque el comunismo le pueda llegar a ella como el cabello de ángel de la infancia, idealizado, enmadrado o proustiano, es imposible no darse cuenta de que ha sido Iglesias el que ha arremetido contra la separación de poderes, contra la independencia judicial, contra el imperio de la ley, contra el republicanismo cívico sustituido por cónclaves de identitarismos, contra la democracia, en fin, que él considera “limitada” sin darse cuenta de que una democracia “ilimitada” no sería otra cosa que una dictadura. Semejante extremista autoritario le sigue pareciendo a Yolanda Díaz un coloso de la historia librando, fiero y despeinado como una gorgona, la batalla por la verdadera libertad.

Podemos no va a poder salvarse con Iglesias, ya quemado y amortizado con sus latiguillos y sus hechuras, como si fuera Steve Urkel. Pero Yolanda Díaz puede defender lo mismo y añadir no ya otro nombre diferente, sino otra iconografía. Con Díaz en la campaña de Madrid están intentando suavizar a Iglesias y hacer un poco de acuarela de la democracia de los adoquines. Con Díaz al frente de Podemos, el partido se acercaría al progresismo mainstream en imagen y en eufonía. Aunque siguieran ahí, como balas de cañón petrificadas, sus croquetas comunistas.