Que las alas arraiguen y las raíces vuelen

Juan Ramón Jiménez

Anya tuvo que tomar en apenas diez minutos la decisión de abandonar su hogar en Odesa por el comienzo del conflicto en Ucrania. Metió sus pertenencias más valiosas en una pequeña bolsa de deportes y huyó con su hija hacia la frontera con Rumanía. 

Este pequeño pero duro testimonio es el que tristemente se repite cada día, en diferentes partes del mundo donde de forma anónima y trágica más de 70 millones de personas abandonan de forma forzosa su hogar. 

Según Unicef en todo el planeta, una de cada 33 personas necesita asistencia humanitaria y protección. Sobre este trasfondo de necesidades y de testimonios como el de Anya se presenta la acción humanitaria con sus múltiples aristas y entresijos. 

En los dos grandes tipos de amenaza a los que se enfrenta la acción humanitaria, situaciones de violencia o guerra y desastres, os cambios están siendo muy rápidos y evidentes. Los conflictos armados son cada vez de mayor complejidad y los desastres, que responden cada vez más a un cambio climático en los que la acción humana es bien evidente, son cada vez más impredecibles, recurrentes, extremos y con efectos más dañinos.

En paralelo, el crecimiento de la acción humanitaria en los últimos años ha sido proporcional al aumento de los actores de diferentes perfiles (ONGs locales/internacionales, agencias internacionales, gobiernos, ejércitos, sector privado) que intervienen, haciendo de un modo u otro, aún más compleja la ya de por sí difícil gestión de la respuesta en situaciones de emergencia. 

Por esta razón, comprender las dinámicas de un contexto humanitario y todos los actores involucrados se hace esencial para brindar asistencia adecuada a la población afectada y encontrar formas de abordar las necesidades humanas en contextos de conflicto o desastre sin empeorarlos. 

Desafortunadamente, la acción humanitaria no es una ciencia exacta y dependerá de la capacidad y adaptabilidad de la respuesta a la situación en el terreno donde se desarrolla. Sin embargo, de la experiencia en resolver problemas similares aunque en diferentes escenarios, se extraen lecciones valiosas para avanzar y ofrecer el mejor acompañamiento a las personas que sufren en estos contextos tan extremos. Aunque en la sociedad se tenga el imaginario de la acción humanitaria asociado a determinadas catástrofes y conflictos, lo cierto es que ha evolucionado hacia respuestas lo más ajustadas posibles a las necesidades y características de cada contexto.

Coordinarse con las autoridades locales y tener en cuenta la capacidad de respuesta de la población, sus mecanismos de solidaridad y sus redes de apoyo, es crucial para garantizar un impacto positivo en la respuesta humanitaria

Para ello otro de los factores fundamentales y lecciones aprendidas es que dichas respuestas deben darse con y desde la población e instituciones nacionales y locales. Coordinarse con las autoridades locales y tener en cuenta la capacidad de respuesta de la población, sus mecanismos de solidaridad, y sus redes de apoyo es crucial para garantizar un impacto positivo en la respuesta humanitaria que se realice. Adaptándola al contexto cultural y teniendo en cuenta las diferencias de género. Siguiendo así, uno de los principios humanitarios más universales: "Do no Harm". Es decir, que nuestras acciones no provoquen más daño del que ya se ha generado.  

A su vez, sabemos que el despliegue de actores en una emergencia es muy amplio, así que se hace necesario determinar quién hace qué, dónde y cuándo, evitando duplicidades y que queden personas sin ayuda. 

De forma paralela a nivel más global, en el marco de una red de solidaridad internacional, el rol de la acción humanitaria se ha traducido en la operatividad de un trabajo en red donde existe la responsabilidad de gestionar una solidaridad ordenada, transparente y eficaz, para responder con mayor eficiencia y calidad a tantas personas en necesidad. 

Siguiendo en la línea de un mundo global, desde la construcción de una ciudadanía crítica y comprometida, las causas de la pobreza, la desigualdad y la degradación ambiental se encuentran en procesos mundiales. De las consecuencias de muchas de ellas, se ocupa la acción humanitaria. No obstante, desde nuestra experiencia en Entreculturas, se ha visto que abordar las causas a través de instrumentos como la educación transformadora, la movilización social o la incidencia política son fundamentales para abordar las situaciones humanitarias y en su caso, realizar un trabajo de sensibilización y prevención.

Por otro lado, se ha demostrado que los márgenes de tiempo en los que trabaja la acción humanitaria se cronifican, bien por el enquistamiento de un conflicto o por las dificultades de un gobierno para recuperarse después de una catástrofe. De ahí que se exija una tremenda capacidad de adaptación e innovación en las intervenciones que desarrollamos. 

Por último, la vinculación de la acción humanitaria con los procesos de desarrollo y refuerzo de la resiliencia han demostrado ser una de las estrategias más sólidas en el contexto humanitario. Si bien la primera respuesta de emergencia figura como prioritaria, el aporte de valor se encuentra en la vinculación de las fases de emergencia y recuperación temprana con las de rehabilitación. Desde ahí, se trabaja por continuar impulsando procesos que refuercen la capacidad de resiliencia de las personas y comunidades, procesos de transformación personal y comunitaria que generen capacidades para salir de un contexto humanitario que les permita recuperar sus vidas y dejar a un lado, toda la maquinaria de la acción humanitaria. 


Pilar López-Dafonte Suanzes es responsable Acción Humanitaria de la Fundación Entreculturas