El nombramiento de consejeros en el Banco de España hasta ahora era una noticia de tercer orden. Algo que daban los diarios económicos y no de forma destacada. Lo importante era quién era el gobernador y quién el subgobernador. Ese relevo formaba parte de uno de esos pactos no escritos que han funcionado en España y que, en este caso, suponía que el Gobierno de turno nombrase al primero y el principal partido de la oposición al segundo. Ambos nombres eran acordados previamente por PSOE y PP. El reparto de los seis miembros del consejo también obedecía a ese criterio de consenso: tres para el partido del Gobierno, dos para el principal partido de la oposición y uno que se correspondía con la llamada "cuota catalana".

Normalmente, los consejeros eran catedráticos o economistas de renombre que recalaban en el caserón de Cibeles para coronar su carrera profesional con un puesto con más lustre que contenido.

El Banco de España es una institución presidencialista y es el presidente el que marca su política a grandes rasgos, con las enormes limitaciones de poder derivadas de la existencia del Banco Central Europeo, que es el que establece la política monetaria en la zona euro.

Bolaños tuvo que sustituir a Calviño en la negociación para renovar el consejo del Banco de España ante su cerrazón a concederle un asiento a propuesta del PP. Ella lo ha tenido claro: ha nombrado a su ex jefa de Gabinete

Exceptuando la etapa de Mariano Rubio (implicado en el caso Ibercorp), el Banco de España ha mantenido un elevado prestigio, basado en la profesionalidad de sus equipos, la capacidad de su servicio de estudios y la coherencia con el mantenimiento de políticas ortodoxas, basadas en el control de la inflación y el déficit público.

Pablo Hernández de Cos, en el cargo desde junio de 2018, encuadra perfectamente en ese perfil de profesional independiente que, en ocasiones, ha provocado salidas de tono por parte de algún ministro, especialmente José Luis Escrivá a cuenta de la sostenibilidad de las pensiones.

Pero esos rifirrafes podemos considerarlos como normales. Un Gobierno que quiere gastar a manos llenas y un Banco de España que le advierte de los peligros de esa política que consiste en ganar votos a costa del dinero público.

Pero, para sorpresa de todo el mundo, el habitualmente pacífico relevo en el consejo del Banco de España ha devenido en un escándalo mayúsculo.

¿Por qué? Empezando por el final, porque el candidato designado por el PP, el catedrático Antonio Cabrales, presentó su renuncia antes incluso de haber ocupado el cargo (el Consejo de Ministros aprobó el nombramiento de dos nuevos consejeros el pasado martes).

Cabrales había firmado una carta de apoyo a la independentista huida Clara Ponsatí, también firmó un manifiesto a favor del profesor Más-Colell, figura como asesor de la ministra de Ciencia y, además, participó en la elaboración del Programa 2050, una de las banderas económicas de Pedro Sánchez. Perece que nadie en el PP conocía esos extremos. Desde luego, cuando Cuca Gamarra le presentó la lista de posibles candidatos a Feijóo, esos datos no figuraban, tan sólo su brillante expediente académico.

Seguramente la filtración de las vergüenzas de Cabrales hayan venido de esos candidatos que se quedaron fuera, en los que había incluso un diputado del PP. O de algún enemigo íntimo.

Sin embargo, con ser llamativa, esa metedura de pata no es lo peor de este asunto.

La cosa viene de lejos, lleva meses coleando. Y tiene su origen en el Paseo de la Castellana, donde tiene su despacho la ministra de Economía y vicepresidenta primera del Gobierno, Nadia Calviño. Fue ella la que se negó a seguir la tradición de conceder al principal partido de la oposición dos puestos en el consejo del Banco de España. Incluso los buenos oficios de Hernández de Cos fueron insuficientes para dar su brazo a torcer. Nadie tan terca como Nadia.

El Gobernador no quería que ese asunto menor supusiera un escándalo innecesario para la institución, así que echó mano de su buena relación con el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, que en su día fue funcionario del Banco de España. Bolaños desplazó de la negociación a Calviño y, finalmente, logró que la poderosa ministra aceptara que el PP colocase a un candidato, no dos, sino uno en el consejo, y eso ya era bastante cesión a su entender.

Pues bien, el sábado pasado, Bolaños le comunicó a Hernández de Cos que el nombre propuesto por Calviño era nada más y nada menos que su anterior jefa de Gabinete, Judith Arnal, algo nunca visto en la historia de la institución, como se encargó de recordarle el gobernador al ministro de la Presidencia. Pero en ese tema no había nada que hacer. Nadia no estaba dispuesta a ceder un milímetro más.

El domingo por la noche se supo quién era el elegido por el PP, el ya mencionado Cabrales. Y el lunes se montó el follón.

Bolaños ha tranquilizado al PP y le ha comunicado que puede proponer otro nombre. En unos días lo conoceremos, será un miembro de esa lista en la que estaba Cabrales.

El escandalo se apagará. Pero queda un rescoldo muy importante. La postura inflexible de una ministra que pasaba por ser una de las mentes más independientes y brillantes de este Gobierno. El sectarismo parece una enfermedad contagiosa. El prestigio del Banco de España ha sido tocado, aunque levemente. Por lo menos, Hernández de Cos ha hecho lo que debía.