Dijo Gabriel Rufián hace unas semanas que los ciudadanos están “hasta los bemoles” de los políticos y lo hizo con la razón de su parte. Cosa curiosa que los pirómanos se dediquen a perimetrar el incendio que durante los últimos años ha afectado a la sede parlamentaria, pero así pasó. El diputado independentista acostumbra a pintar retratos con brocha gorda, pero en este caso definió a la perfección lo que ocurre fuera de esa endeble burbuja que inflan día a día los partidos y los medios de comunicación, en la que cada cual pugna por tener una influencia sobre la opinión pública que en realidad es menor de lo que piensan.

Allí, fuera de las redacciones y de los cuarteles generales de los partidos, la gente está harta del gatopardismo político y de los órdagos a la chica. Los que han obligado a convocar unas nuevas elecciones con el riesgo real de que todo siga igual y los que, según el CIS del pasado julio, han llevado al 64% de los españoles a pensar que la situación política es mala o muy mala. En el país en el que se ha convertido en imposible aglutinar mayorías, más del 50% de la población está de acuerdo en que la labor de los partidos ha sido infame. Da que pensar, aunque quizá sea mejor hacer la vista gorda para no caer víctima de la desesperación.

Este lunes, Vicente Vallés entrevistó a Pedro Sánchez en Antena 3 y obtuvo una audiencia del 10,8% del share, con 1.582.000 espectadores. El dato evidencia que el discurso político cada vez tiene menos gancho entre la ciudadanía, pues fue inferior a la media mensual de este informativo, del 12,5% en septiembre, con 1.602.000 seguidores de media. También pone de manifiesto que el hartazgo jugará un papel protagonista en la campaña, en la que los programas electorales y los debates no parecen las mejores armas para combatir el escepticismo generalizado.

El Hormiguero, como epicentro

Por lo visto estos días, parece que los partidos recurrirán a la televisión para intentar revertir esa tendencia. La estrategia desborda hipocresía, pero hay candidatos que saben sacar petróleo de este medio de comunicación en vísperas de las elecciones. Se le daba especialmente bien a Mariano Rajoy, quien habitualmente se movía entre la prensa con la agilidad de un patizambo y tenía una especial querencia por el escapismo cuando le rondaban las cámaras de televisión. Pero llegaba la campaña, aparecía en COPE y daba una colleja a su hijo por hablar más de la cuenta y aquello le humanizaba. Después, acudía al programa de Bertín Osborne sin chaqueta, jugaba al futbolín y reconocía su poca habilidad con los fogones y algo hacía pensar que ese huidizo tecnócrata tenía algo en común con los tipos que acuden al bar al terminar de trabajar y sufren a los hijos en el camino a la playa.

Después de meses de polémicas, exabruptos, vaivenes e impostura, El Hormiguero puede convertirse en la gran prueba de fuego de la campaña electoral

Después de meses de polémicas, exabruptos, vaivenes e impostura, El Hormiguero puede convertirse en la gran prueba de fuego de la campaña electoral, pues cuesta pensar que la política vaya a tener una gran capacidad de persuasión en el elector indeciso y en quien no se juega el sueldo en lo que ocurra el 10 de noviembre. El programa de Pablo Motos es un escenario perfecto para ver al humano que se esconde –nunca mejor dicho- tras el candidato, por eso han sido la gran mayoría de los aspirantes a la presidencia del Gobierno los que han aceptado la invitación. Pedro Sánchez es el único que no lo ha hecho, pero en el seno de Atresmedia esperan que finalmente lo haga. Bajar del púlpito siempre viene bien en campaña. Especialmente cuando a la ciudadanía le ha dejado de seducir tu discurso por el descrédito acumulado.

Desde el punto de vista de la audiencia, no hay duda de que El Hormiguero resulta atractivo para los equipos de campaña. Es el programa diario más visto de la televisión y ha sido líder en su franja durante los últimos cinco ejercicios. Este lunes, sin ir más lejos, obtuvo el minuto de oro de la televisión, con 3.200.240 espectadores a las 22:28 horas.

El pasado 26 de marzo, durante la pre-campaña, fue visitado por Pablo Iglesias, quien concitó una audiencia de 2,43 millones de espectadores y el 12,5% del share. El 27 de marzo hizo lo propio Albert Rivera, con 3 millones y el 16,7%. Unos días después, el 2 de abril, obtuvo 2,59 millones y el 14%.

Los datos son inferiores al que consiguió, por ejemplo, Soraya Sáenz de Santamaría en octubre de 2015, cuando reunió a 4,7 millones de seguidores. Pero la política, per se, ha sufrido desgaste y eso se nota cada vez que aparece en televisión un candidato.

En cualquier caso, en la campaña del cansancio de la política, cualquier gesto o boutade tiene pinta de que ayudará más que la mayoría de las propuestas programáticas. Prueba del valor que conceden los candidatos a este programa está en la aceptación de la invitación por parte de Santiago Abascal. Es decir, lo contrario a lo que hizo a principios de año, antes de las anteriores elecciones. Hay quien ha criticado que el líder de la derecha radical sea entrevistado en televisión, pues consideran que sirve para blanquear a la ultraderecha y normalizar su discurso.

Cuesta estar de acuerdo con estos argumentos, pues implica caer en el fallo de siempre: el de menospreciar al ciudadano y a su capacidad de discernir entre lo que quiere y aquello con lo que le hacen comulgar. Es lo mismo que han hecho los partidos durante los últimos años, con el desapego que ello ha provocado.