Aunque la imagen de la emperatriz Elizabeth de Austria, la mítica Sissi, siempre estará ligada a la isla griega de Corfú, donde se construyó un famoso palacio, el Achilleon, la verdad es que no era su único lugar de vacaciones, ni siquiera el que más le gustaba en sus últimos años. En realidad, hacia el final de su vida Sissi llevó una vida itinerante e hizo muchas escapadas a un pequeño pueblecito en la costa francesa que estaba de moda entre la aristocracia europea. Su nombre era Cap Martin.

Sissi y Corfú: mucho más que un hogar

Es verdad que Sissi sintió una verdadera comunión espiritual con la isla de Corfú la primera vez de la pisó (de regreso de su famoso viaje en Madeira) y que, durante años, regresó a ella siempre que pudo. De hecho, pocos meses después de regresar a Viena, cuando se volvió a poner seriamente enferma y los médicos le recomendaron que partiese de nuevo, ella escogió Corfú como destino, una decisión que no acabó de agradar a su marido, el emperador Francisco José, quien hubiese preferido que se hubiese ido a algún destino dentro del imperio austríaco (Corfú era por entonces británica).

Sin embargo, Francisco José cedió y, tras las gestiones diplomáticas pertinentes, al llegar a la isla, el alto comisionado británico puso a disposición de la emperatriz su propia villa, una construcción no excesivamente grande, de dos plantas y una bonita fachada blanca donde destacaba un pórtico con columnas. En ese mismo lugar, muchas décadas más tarde, vendría al mundo un tal Felipe de Grecia, quien se acabaría casando con la reina Isabel II de Inglaterra.

A Sissi le entusiasmaría el lugar de inmediato, sobre todo el paseo que rodeaba la casa y que dejaba ver la inmensidad del mar Egeo. A pesar de que había llegado prácticamente moribunda, a los pocos días ya tenía mejor color de cara. Al cabo de unas semanas, la emperatriz salía a navegar y nadaba en el mar.

El Aquilleón

Muchos años después, Sissi mandó construirse una casa para ella sola, un precioso castillo en la parte superior de una colina que daba a un acantilado en la bahía de Benitses, cerca de la aldea de Gastouri. Un arquitecto de Nápoles planeó el edificio siguiendo las estrictas instrucciones de Alexander von Warsberg, cónsul austríaco en la isla y uno de los máximos expertos en arqueología de Europa, el cual le pidió que diseñara una construcción que recordara a las casas de la antigua Pompeya. Muchos capiteles y columnas que se habían rescatado de Troya sirvieron de inspiración.

Sin embargo, aunque ella pensó que sería el hogar de sus sueños, la verdad es que el alma de Sissi estaba entonces demasiado atormentado como para quedarse en un solo lugar demasiado tiempo. Sissi arrastraba muchas desgracias y sobre todo le dolía en el alma la muerte de sus dos hijos, Sofía y Rodolfo. Su melancolía la hacía caer constantemente en estados depresivos que la empujaban a estar en constante movimiento.

Una vida nómada

En sus últimos años, Sissi no paró quieta ni un momento y, a partir de septiembre, comenzaba una ruta de tren y barco que la llevaba a algunos de los lugares más famosos de Europa para la aristocracia. Sissi no solo seguía asistiendo a balnearios germanos y franceses (como Aix-les-Bains), sino que solía ir con frecuencia a Ginebra y el Terrilet y a su querido Gödöllo en Hungría.

También se dejó caer más de un año en Roquebrune-Cap-Martin, un pueblo cercano a Mónaco y no muy alejado de la frontera italiana. El lugar estaba compuesto por un encantador pueblo medieval y un gran frente marítimo con un paseo excavado en una montaña.

A finales del siglo XIX el lugar era el sitio de moda para la realeza. Lo había puesto muy de moda la antigua emperatriz Eugenia de Montijo, viuda de Napoleón III, la cual pasaba allí gran parte del año en su fabulosa villa de Cyrnos (la cual, por cierto, sería en su momento visitada por una tal Victoria Eugenia, futura reina de España). Cerca de su casa, muchos aristócratas empezaron a construirse sus propias villas.

Su vida en Cap Martin

Sissi nunca se hospedó en ninguna de ellas --de hecho, apenas coincidía con nadie cuando iba--, sino en un gran hotel construido sobre un promontorio, el Grand Hôtel du Cap Martin. Siempre ocupaba el mismo apartamento: una gran suite de seis salas en el ala derecha de la planta principal, a ras de suelo. Se sabe que disponía de una magnífica terraza desde donde disfrutaba de una increíble vista sobre el mar.

También se sabe que ordenó transformar una sala de billar en una pequeña capilla. La iglesia más cercana estaba en el centro de Roquebrune y a Sissi le resultaba demasiado lejana, por no decir demasiado indiscreta. Ella quería pasar totalmente desapercibida y ni siquiera cuando la reina Victoria decidió pasar allí unas semanas de vacaciones, Sissi quiso ir a tomar el té con ella.

Al único a quien recibió fue a su marido, el emperador Francisco José, quien aprovechaba algunos días de descanso para visitarla. Ambos ahora apenas se veían en todo el año más allá de los pocos días que Sissi aceptaba pasar en Viena. Francisco José y ella daban largos paseos y él se preocupaba de que ella comiese un poco mejor: la obsesión de Sissi por mantenerse delgada llegaba a límites enfermizos (no hay duda de que era anoréxica) y se negaba a cenar con su marido para no tener que ingerir alimentos.

Sissi se instaló por última vez en 1897. Al año siguiente murió asesinada en Suiza.