En 1974, los arquitectos Pedro Casariego y Genaro Alas firmaron un elegante complejo de oficinas construido en dos fases para la compañía italiana Assicurazioni Generali. Situado en el arranque de la calle Orense de Madrid, los edificios Trieste I y II cerraban la supermanzana de Azca en su flanco suroeste con el rigor y la economía de medios habituales en sus autores. Pocos años antes habían diseñado en la acera de enfrente el aplaudido y singular Edificio Centro. Inmediatamente proyectarían el malogrado Windsor. Y todavía una década más tarde darían forma al proyecto final de Torre Picasso.

Con el Trieste, concluido hace ahora medio siglo, Alas y Casariego acuñaron una manera de hacer oficinas en el centro financiero de Madrid inédita en España y que será admirada e imitada por muchos de sus colegas. Se cuenta en el libro Alas y Casariego Arquitectos 1955-2002, recién publicado por la Fundación Arquitectura COAM y editado por varios de los hijos de Pedro Casariego. Una "historia de vida", explica a El Independiente uno de ellos, el también arquitecto Juan Casariego, en el que la parte técnica y la descripción de los proyectos se entrevera con textos e imágenes más personales, y que en conjunto ofrece una cata relevante en la intrahistoria de la arquitectura española de la segunda mitad del siglo XX.

Fotografía y planos del Trieste publicados en la revista del COAM en noviembre de 1974.
Fotografía y planos del Trieste publicados en la revista del COAM en noviembre de 1974.

El caso Trieste

La aparición del libro coincide con los trabajos de rehabilitación del Trieste a cargo del Estudio Lamela. La intervención, que tiene entre otros objetivos actualizar las instalaciones y mejorar su eficiencia, ya ha concluido en uno de los dos edificios que forman el conjunto. Se ha sustituido la vieja fachada de cristal por un nuevo muro cortina aderezado con unas costillas metálicas decorativas en forma de L invertida. También se ha agotado la edificabilidad de la parcela, añadiendo dos nuevas plantas en la zona central. Estos días todavía puede verse el contraste entre la nueva versión, ya concluida en el número 4 de Orense, y la original, en el número 2, donde los trabajos de demolición acaban de empezar.

"El proyecto plantea recuperar la esencia de los edificios", se asegura en la memoria publicada por el Estudio Lamela. Pero Juan Casariego no piensa igual. Habla con reservas, consciente de que es un tema "delicado y controvertido", que "no todo el mundo tiene la misma sensibilidad" y que no puede ser imparcial tratándose de un proyecto salido de la oficina de su padre. Pero es una intervención que "no me hace muy feliz", reconoce.

"Es inevitable que estos edificios tengan que rehabilitarse. La puesta a punto es algo que forma parte de la vida de un edificio, incluso el acabado puede irse modificando y adaptando. El Trieste tenía, por ejemplo, un seudo muro cortina con ventanas oscilobatientes que seguramente no cumplía con las condiciones térmicas. Pero yo lo que veo es que esa rehabilitación necesaria se ha hecho con muy poco interés y cariño".

Un proyecto desvirtuado

Para Casariego, la rehabilitación no ha tenido en cuenta las intenciones del proyecto original. Los pocos y medidos gestos, que en la arquitectura de su padre y Genaro Alas eran siempre la expresión rigurosa de las soluciones y los materiales propuestos, han sido ignorados o malinterpretados. "Se ha tapado todo con un muro cortina vulgar que impide reconocer lo que pasa dentro. Se dice que se ha respetado la estructura metálica de pilarillos de la fachada pero yo no los veo por ningún lado. Los bajos han quedado muy desvirtuados y se han perdido detalles como los testeros de hormigón o los remates triangulares de las ventanas", inspirados en la obra de arquitectos como el italiano Ignazio Gardella. Una singularidad que ya hace años fue despreciada por la propiedad cuando cubrió esos pequeños frontones en la fachada de la calle Raimundo Fernández Villaverde.

Fachada del Trieste a la calle Raimundo Fernández Villaverde, con los frontoncillos característicos de las ventanas que posteriormente serían tapados.
Fachada del Trieste a la calle Raimundo Fernández Villaverde, con los frontoncillos característicos de las ventanas antes de ser tapados por un nuevo revestimiento. | Carlos Casariego Rozas / Fondo Alas Casariego (COAM)

"Se ha dado", en definitiva, "una solución homogénea que no tiene nada que ver con la riqueza del proyecto original. Esa es un poco la queja que se puede hacer. Ahora es un edificio cualquiera, uno más de los que hay en Azca. Las cosas nunca son sencillas, pero ese mismo proyecto hecho con un poco más de cuidado hubiera sido muy atractivo… No se puede ser muy puntilloso cuando te tocan un edificio tuyo y luego, cuando tocas tú el de otro, hacerlo sin esa sensibilidad que tú estás reclamando a los demás", señala Juan Casariego hijo.

Y es inevitable recordar, en este punto, la cruzada que el estudio de Carlos Lamela emprendió contra la reforma de las Torres Colón de Madrid y que ha malversado el proyecto original y precursor firmado por su padre, Antonio Lamela. En este caso, las razones esgrimidas por la propiedad han sido las mismas que en el caso del Trieste: actualizar el edificio, hacerlo más confortable y sostenible, pero también optimizar su explotación y exprimir su edificabilidad. Aun a costa de la proporción y la belleza.

Proteger lo moderno

En el Madrid objeto de deseo de los capitales internacionales cada metro cuadrado importa, y los logros modestos pero plausibles de la arquitectura moderna muchas veces no son más que un estorbo para promotores y arquitectos con más visión comercial que artística. Fue el caso, sin abandonar la Plaza de Colón, del viejo edificio Barclays y los singulares módulos prefabricados de hormigón de su fachada diseñados por Antonio Perpiñá –urbanista, precisamente, de Azca–, derribado en 2018 y sustituido por un proyecto de Norman Foster. Hoy que la arquitectura histórica está razonablemente a salvo, son esas pequeñas realizaciones modernas, inadvertidas para la mayoría, las que corren peligro.

En materia de rehabilitación hay actuaciones exquisitas, como la realizada en la torre del BBVA de Sáenz de Oiza. Ahí ya existía cierto grado de protección desde que en 2019 la Comunidad de Madrid declaró el edificio Bien de Interés Cultural. Pero la ausencia de catalogación no exime de responsabilidad a los profesionales que llevan a cabo estas renovaciones, subraya Casariego. "Los proyectos los firman arquitectos. No podemos quejarnos de la falta de sensibilidad y no ser nosotros sensibles. El gremio es culpable en términos generales de cómo está desapareciendo el patrimonio moderno. No se reflexiona ni se valora lo que pueda haber de mérito".

El arquitecto recomienda aplicar la receta que a su juicio no se ha seguido en el Trieste: "La puesta al día de la arquitectura moderna tiene que hacerse desde el entendimiento de las decisiones que llevaron entonces a una determinada solución formal. Lo importante es entender el proyecto original y actuar respetando sus decisiones acertadas".