En tiempos recientes, la teoría de la herradura ha cobrado una notable tracción. Este marco conceptual postula que la derecha y la izquierda políticas, lejos de ser opuestos irreconciliables, en realidad se asemejan y casi convergen en sus extremos, tal como lo hacen los extremos de una herradura. No obstante, aún más inquietante es la premisa de que el antisemitismo actúa como el martillo que forja dicha herradura, uniendo los márgenes más radicales de ambos paradigmas ideológicos.
Sin embargo, la asimilación de los postulados ideológicos del islamismo radical y del ahora extinto panarabismo en el discurso político occidental complica y expande el paisaje ideológico más allá de una simple dicotomía bipolar. Este fenómeno se conoce como la Alianza Blanco-Verde-Roja: la extrema derecha (blanco), el islamismo radical (verde) y la extrema izquierda (rojo).
La guerra mediática y de relaciones públicas contra Israel desempeña un papel central tanto en la teoría de la herradura como en la Alianza Blanco-Verde-Roja.
El 3 de junio de 2022, Isabel Medina Peralta, la tristemente famosa miembro de un grupo neonazi por el evento que incluyó un servicio religioso presidido por un sacerdote católico, en el que se colocó una corona con una esvástica, fue filmada en una manifestación pro-Palestina, frente a una pancarta que leía la palabra Intifada. Comenzó a dirigirse al público citando un discurso de Yasser Arafat: “El fin de Israel es destruir el mundo, para eso nuestra lucha no tiene concesiones ni mediaciones. No queremos la paz, queremos la guerra”. Terminó su intervención exclamando que “Israel es el padre y señor de todas las mentiras, y nosotros (los participantes de la manifestación) y el pueblo palestino lo sabemos muy bien."
A la luz de loa arriba escrito, no se puede obviar el caso de Pablo Iglesias, exlíder del partido de extrema izquierda Podemos, quien ocupó la Vicepresidencia del Gobierno de España entre 2020 y 2021. Mientras trabajaba para HispanTV—el canal de radiodifusión oficial de la República Islámica de Irán para el mundo hispanohablante—Iglesias utilizó la plataforma mediática de los ayatolás para propagar todo tipo de libelos antisemitas. Desfilando por los medios de comunicación, presentando delirios incontestables como verdades irrefutables: que Israel es un estado criminal de apartheid, que el lobby judío controla Estados Unidos, que los judíos dominan la economía global, que orquestan el derrocamiento de regímenes de izquierda en todo el mundo y que financian ONGs con presuntas intenciones siniestras, como la Liga Anti-Difamación. Iglesias llegó incluso a declarar, en directo y sin inmutarse, que el Holocausto no fue más que un mero "error burocrático". Así, nos encontramos con un líder de la extrema izquierda, empleado de la televisión estatal del régimen teocrático iraní, ascendiendo a la vicepresidencia de una potencia europea.
En España, el partido Podemos—bajo el liderazgo de Iglesias y con apoyo financiero de la República Islámica de Irán—desvió millones de euros de los contribuyentes para impulsar el movimiento antisemita BDS en cada municipio que cayó bajo su control.
Y, ¿cómo olvidar los escándalos protagonizados por Jeremy Corbyn, líder de la izquierda laborista británica y candidato a Primer Ministro del Reino Unido? Un recalcitrante antisemita contumaz y sin arrepentimiento, Corbyn ha rechazado sistemáticamente reconocer condenas internacionales y disculparse por sus indefendibles posiciones contra los judíos e Israel.
¿Cómo es posible que líderes de izquierda que aspiran a las más altas esferas del poder mundial exhiban niveles de lobotomización ideológica comparables a los de las Juventudes Hitlerianas? Con una retórica que sugiere una amnesia conceptual tan profunda, como si la historia reciente—desde 1948 hasta el presente—jamás hubiese existido.
Hoy, solo once naciones en el mundo poseen portaaviones en activo, lo que les confiere capacidad de proyección de poder militar a escala global; España es una de ellas. Con aproximadamente 230 ojivas nucleares, el Reino Unido se encuentra entre las únicas nueve potencias nucleares reconocidas.
¿Podemos imaginar un mundo en el que líderes con acceso a capacidades militares globales—con proyección de fuerza más allá de sus fronteras y a maletines o tableros con códigos nucleares—construyan y organicen sus agendas políticas en torno a la destrucción del único Estado que encarna las aspiraciones colectivas del pueblo judío a nivel mundial?
No es física cuántica conectar los puntos.
Ahora, con el consentimiento del lector, subiré un peldaño más.
Existe una razón por la cual los judíos se encuentran en el centro de la historia y la política. No es, desde luego, porque ellos mismos se coloquen allí voluntariamente. Más bien, es la proyección de la minoría minoritaria como chivo expiatorio global lo que continúa resultando política, social y económicamente rentable para ideologías decadentes, incapaces de justificar histórica y científicamente sus incuestionables dogmas de manera racional.
El antisemitismo no es simplemente un virus mediático y viralizable. Y no es solo el martillo que forja la teoría de la herradura. Sino que, (y, además) es la carta que hace colapsar todo el castillo ideológico.
Es el catalizador no solo de la crisis actual del marco socio-ideológico, sino también de la evidente decadencia y devastación que estas estructuras—ya sean de izquierda, derecha o islamistas—han infligido sobre la sociedad global hasta el día de hoy.
El antisemitismo es el denominador común, el nexo que desenmascara el esquema ideológico corrupto y totalitario que sigue impidiendo el progreso social y mantiene a la humanidad atrapada en ancestrales y fútiles conflictos que han costado la vida a cientos de millones de personas en todo el mundo.
Las secuelas del 7 de octubre y su repercusión en los círculos políticos occidentales han destapado una olla de conflictos ideológicos, étnicos y culturales sin precedentes desde los capítulos más oscuros del siglo XX.
Si la historia ha demostrado una y otra vez que lo que empieza con los judíos nunca termina con los judíos, ha llegado el momento de reconocer al antisemitismo como el síntoma explícito de la crisis ideológica que asola a la política occidental. Es imperativo imaginar un mundo más allá de este marco regresivo, un esquema que ofrezca soluciones reales, sinceras y desprovistas de ideologización para las demandas sociales a escala local, regional y global.
Si hay una razón por la que los judíos se hallan en el centro de la historia, tal vez sea porque en su propia historia—y en sus incomparables aportaciones a la civilización occidental—se encuentren las claves para reparar el mundo.
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Julio Levit Koldorf es investigador postdoctoral en la Universidad de Valencia, la Universidad de Zaragoza y la Universidad de Oxford.
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1 Comentarios
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hace 3 días
No soy antijudio, aunque algunos judíos, como el actual líder de Israel, me resulta incalificable, pero dudo de las tesis que mantiene el articulista llenas de frases maximalistas y bastante egocentristas para su respetable identidad con la comunidad judía