Opinión

Podemos ha caído en arenas movedizas y no lo quiere saber

Irene Montero y Pablo Iglesias en el Congreso.
Irene Montero y Pablo Iglesias en el Congreso. | EFE

El partido morado se dedica a hacer obras -léase depuraciones- en su interior mientras se hunde lentamente en las arenas movedizas del respaldo del electorado sin que sus dirigentes parezcan ser conscientes de lo que les está pasando. Esa es la vía segura hacia el fracaso. Un partido tan joven, que se hizo presente en la vida política española cuando ganó cinco diputados en las elecciones europeas de  2014, ha sufrido más purgas en estos cuatro años que ninguna otra formación del panorama político español. El afán de Pablo Iglesias y del comité de fieles que lo rodean sigue siendo el de mantener al partido férreamente atado a los planteamientos y a las estrategias de su líder. Cierto que de momento lo están consiguiendo pero a costa de perder apoyos a chorros por el camino. Y, como suele ser habitual en estas formaciones de carácter leninista, aunque la verdad es que de ese error participan también otros partidos, la interpretación de los datos objetivos que les proporcionan por ejemplo las encuestas, acaba siendo retorcida hasta grados inverosímiles de contorsión, hasta que acaban dando la razón al jefe. Todo el poder para el jefe. El jefe siempre tiene razón.

Sin embargo, a veces aparecen en el paisaje político especímenes raros que porfían en mantener sus análisis, sus opiniones o sus actitudes más allá de las represalias de las que pudieran haberse hecho acreedores por haber contrariado la línea oficial. Es el caso de la señora Bescansa, socióloga, politóloga y fundadora de Podemos, que ha pasado de ocupar un escaño a la vera del líder a habitar en el gallinero del hemiciclo en proporción inversa al aprecio político que le profesa el señor Iglesias. Profesora en la Facultad de Políticas y experta en Derecho Constitucional, ha conocido en el plazo de un año el descenso en los cargos del partido desde su salida como secretaria de Análisis Político y Social de Podemos, pasando por su cese como secretaria general de su grupo parlamentario en el Congreso de los Diputados hasta su fulminante salida como representante de la formación morada en la Comisión Constitucional del Congreso.

Pablo Iglesias y sus centuriones siguen empeñados en fiarlo todo al férreo control político y orgánico del partido sin comprender que se alejan cada vez más de los españoles de izquierdas

Pero los diagnósticos de Bescansa que ella insiste en hacer, a pesar de que ya no se los piden, sobre la situación de su partido y el señalamiento de los errores que está cometiendo componen una fotografía mucho más certera e infinitamente mejor perfilada que las versiones "a gusto del cliente" que Podemos se empeña en asumir y luego en vender como más próximas a la verdad. Y esto es lo que no ha dejado de suceder desde hace casi dos años. La última engañifa a la que Pablo Iglesias se ha entregado es la que le ha servido en bandeja el CIS con su sondeo de principios del mes de febrero. Los podemitas se han abrazado, como náufragos al madero, a ese 0,5% de subida respecto de los datos del sondeo de octubre. Pero ahí está Bescansa dispuesta a forzarles a mirarse en el espejo: aunque caen menos de lo que cayeron en octubre, su descenso en intención de voto se mantiene. Y remata: "Unidos Podemos y sus confluencias han perdido un tercio de su electorado a lo largo de 2017". Esa realidad supone un cañonazo directamente dirigido a las estrategias seguidas hasta ahora por Pablo Iglesias.

Cualquiera que no fuera "el jefe" mandaría parar las máquinas y se entregaría inmediatamente a estudiar las causas de esa importantísima pérdida de votantes, entre las cuales sin duda está el error que la propia Bescansa apuntó con motivo de las elecciones en Cataluña que tan malos resultados dieron a En Comú Podem, la versión catalana del partido, cuando dijo: "Me gustaría un partido que hablase más a España y a los españoles, no sólo a los independentistas". Aquella frase era otro aldabonazo al centro de la absurda y fracasada estrategia de Pablo Iglesias y merecía haber sido acogida con respeto y atención. Pero nada de eso. El "jefe" sigue en sus trece y ahora está dedicado a culminar el desmantelamiento ya consumado de las estructuras municipales del partido con el debilitamiento de la corriente de los Anticapitalistas, muy fuertes sobre todo en Andalucía, con el objetivo de hacerse con el control total del partido.

Iglesias no parece atender a más razones que las suyas y parece no querer ver los motivos por los que sus propios votantes no sólo reniegan del recuerdo de haberle apoyado en las últimas elecciones generales sino que tienen una muy pobre valoración de su persona. Su sanedrín desmiente que estos datos signifiquen lo que significan para cualquier observador imparcial y argumentan de manera asombrosa: echando mano de la alta audiencia que su presencia provocó en un programa de televisión y la familiaridad con que le tratan quienes se acercan a él en la calle. No pueden ser argumentos más pedestres, pero son los que se fabrican los suyos para sostener, contra todo pronóstico, lo siguiente: “Creemos que lo está haciendo muy bien y que lo va a hacer muy bien de cara a 2020. Pablo Iglesias queda para rato y posiblemente acabe presidiendo este país”.

Sí, sobre todo esto último, que es lo más seguro. Dejando a un lado el ribete propagandístico rayando en el absurdo que acompaña a estas afirmaciones, lo que se desprende de ellas es que la nueva cúpula dirigente -digo nueva porque de los fundadores de Podemos ya no queda "vivo" más que Iglesias- no está haciendo un examen profundo de las causas de su sostenida bajada en el apoyo de quienes fueron sus votantes ni, en consecuencia, están introduciendo los imprescindibles factores de cambio para poder remontar y abrigar la esperanza de, al menos, mantener su actual número de escaños en el Congreso y el poder municipal conseguido en las elecciones de 2015.

El tiempo feliz de Podemos parece haber pasado para no volver. Pero Pablo Iglesias y sus centuriones siguen empeñados en fiarlo todo al férreo control político y orgánico del partido sin comprender que se alejan cada vez más de los españoles de izquierdas que, siendo sus votantes naturales,  prefieren refugiarse en la abstención antes que volver a dar su apoyo al "jefe" morado. Ésa es la obsesión que va a acabar llevándoles al fracaso.

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