Donald Trump, el señor con boina de la América con sombrero, que ha convertido la Casa Blanca en un porche con mecedora, escopeta y banjo tocado con los pies, como Los osos mañosos, es mucho de amenazar. Y no se iba a librar España, menos con Sánchez yendo de rey moro con el harén acuático de todo el Congreso. Trump amenaza a los pobres inmigrantes con una cara como de Corcuera; amenaza a los chinos por sus móviles de ojos achinados, claro, siempre entreabiertos en la nube tecnológica; amenaza a Corea del Norte o a Irán con un fuego de crin de caballo del Apocalipsis en el sermón del domingo; amenaza incluso un poco a Rusia, siquiera con la boquita pequeña de besar en la boca a Putin, esos besos de los rusos o de los osos, porque Putin es otro oso de cabaña y de escopeta puesta a tender con los calcetines, como Trump. O sea, que Trump amenaza, con cada tuit y con cada dedo de sus manos sin dedos, como manoplas de trampero, y ya no sabe uno si creerse tanta amenaza, más de taxista que de presidente del mundo.

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