Lo que estamos viendo este 1 de octubre, segundo aniversario de aquel intento fallido de dar por buena y homologable internacionalmente la votación ilegal sobre la independencia de Cataluña, es un espectáculo insólito e inesperado: la ausencia manifiesta de esas multitudes que constituyeron hasta ahora la fuerza en la que los dirigentes independentistas se apoyaban para legitimar sus exigencias al Gobierno de España.

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