El presidente del Gobierno ha interrumpido sus vacaciones, momentáneamente, para desmentir desde La Palma que se vayan a producir cambios en el Consejo de Ministros en los próximos días. "No entra en mis planes hacer ninguna crisis de Gobierno", afirmó rotundo. Acusó a los medios que están informando de esa posibilidad de "intoxicar" y les atribuyó un fin perverso: lo hacen para que se tenga que contestar que no es así y, de ese modo, crear la sensación de inestabilidad en el Ejecutivo.

La argumentación es lo peor. ¡Como si hicieran falta campañas de intoxicación para evidenciar la inestabilidad del Gobierno!

Sólo hace falta recordar lo que ha sucedido durante este último mes para comprobar que la inestabilidad precisamente es la característica que mejor define a este Gobierno.

El pasado 18 de julio, la vicesecretaria general del PSOE, Adriana Lastra, presentó su dimisión por razones que casi es mejor no recordar. Ese movimiento cambió la agenda de Pedro Sánchez, que, en efecto, tenía previsto realizar cambios en profundidad en el partido y en el Gobierno a la vuelta del verano. Sánchez estaba satisfecho de como le había salido el debate del estado de la nación y la Cumbre de la OTAN y pensaba que ese viento favorable le permitiría surcar el veraneo sin mayores sobresaltos. Pero no fue así.

Lastra fue sustituida por María Jesús Montero, ministra de Hacienda, como número dos del PSOE y el histórico Patxi López asumió la portavocía en el Congreso. Además, Sánchez creó un sanedrín compuesto por ocho personas de su "núcleo duro" -así lo calificaron fuentes de Moncloa- que, de facto, se constituía como el máximo órgano de poder tanto del PSOE como dentro del propio Gobierno.

Son la filtraciones desde el PSOE y desde Moncloa las que alimentan el run run de una próxima crisis de Gobierno

En su balance semestral (29 de julio) antes de las vacaciones, Sánchez contestó a los periodistas sobre una eventual crisis de Gobierno: "Estoy muy a gusto y satisfecho con el trabajo de mi Consejo de Ministros". Parecía que con ello se cerraba la puerta a la especulación de nuevos cambios.

E pur si muove. El uno de agosto, sólo tres días después de esa declaración solemne sucedieron dos cosas importantes. Precipitadamente, nada más aterrizar en Madrid a su vuelta del viaje a los Balcanes, Sánchez tuvo que acudir al Palacio de la Moncloa para apagar el incendio que Yolanda Díaz había provocado al pedir la reunión del Pacto de Legislatura por la oposición del grupo morado -en esto sí, todos los de ese grupo estaban de acuerdo- a destinar 1.000 millones más al presupuesto de Defensa, compromiso que el presidente había asumido en la exitosa Cumbre de la OTAN.

Se apagó un incendio -se supone- y se encendió otro de mayor calado. Ese mismo día, el 1 de agosto, se supo que en la nueva ley de Secretos Oficiales, el Ministerio de Defensa, o sea Margarita Robles, iba a perder la capacidad para decidir qué cosas pueden considerarse como secretos de Estado y cuáles no. Y además, que esa facultad, ese enorme poder, iba a recaer bajo el amplio manto del ministro de la Presidencia, Félix Bolaños. Sólo hay que viajar un poco en el tiempo para rememorar el enfrentamiento entre ambos a cuenta del pinchazo al teléfono del presidente y algunos ministros, entre ellos la propia titular de Defensa. Sánchez inclinaba así claramente la balanza a favor de su nuevo valido. Robles sufría una desautorización pública que tal vez tenga su explicación en su papel de aguafiestas en todo lo referente al socio Unidas Podemos, que la tiene catalogada como "la ministra favorita de la derecha". Tanto a ERC como a UP les encantaría que fuera decapitada... políticamente claro.

Tras unos días de cierta calma, la semana pasada volvieron a aflorar los rumores. Y esta vez desde áreas muy cercanas a Moncloa. "El PSOE necesita un candidato fuerte para Madrid", decían las fuentes. "A Almeida se le puede ganar... pero no con personas como Mercedes González", añadían las fuentes. La opción de la delegada del Gobierno en Madrid "perdía fuelle". El radar monclovita apuntaba más alto: ministros como Margarita Robles o Grande Marlaska comenzaron a aparecer en las quinielas. Estamos hablando de informaciones, publicadas, por ejemplo, por Cristina de la Hoz, bien contrastadas y que nadie desmintió. ¡Hace tan sólo seis días!

La máquina ya estaba en marcha. El run run de la crisis de Gobierno emergió otra vez como una marea en noche de luna llena. Informaciones de periodistas acreditados en El Español y en El Confidencial han apuntado de nuevo a cambios en el Gobierno justo a la vuelta de las vacaciones. Y eso ha puesto nervioso al presidente.

Sánchez se enfrenta a unos meses muy duros. La inflación va a continuar en cifras cercanas a los dos dígitos, el crecimiento se está desinflando y la energía va a seguir siendo un dolor de cabeza para toda Europa mientras dure la guerra en Ucrania. Y estamos a nueve meses de las elecciones municipales y autonómicas, antesala de las generales que se esperan en diciembre de 2023.

El PSOE no se puede permitir el lujo de perder plazas importantes e incluso autonomías como la de Valencia. Algo tiene que hacer Sánchez para revertir la tendencia imparable de las encuestas, que dan al PP 40 escaños por encima del PSOE. Es que ya ni Tezanos le da buenas noticias a su jefe. Y la economía no le va a ayudar, sino todo lo contrario.

Por tanto, una remodelación en profundidad del Gobierno no es descartable. Tal vez no inmediatamente, pero sí antes de diciembre.

Sánchez no tiene muchas más opciones.