Los manifestantes casi llegan ya el otro día a la Moncloa, que más que
un palacio o un búnker parece una casa de campo con pabelloncitos, cuadras y laberinto de tomateras y helechos, y a esta gente frugívora o frutícola que nos ha salido ahora le apetece para el paseo. Uno habla mucho del búnker de la Moncloa como ese sotanillo en el que están los empollones con las gráficas, los fontaneros con el relato, los gorilas con el bate y Sánchez con la bicicleta estática, como una escultura de Jacob Epstein o como esos capos que atienden en bicicleta estática, con chándal de felpa con monograma y toalla morcillona al cuello. La Moncloa ya era un lugar que aísla, entumece y emborracha, como un alcázar andalusí, y por algo se habla del síndrome de la Moncloa, que tarde o temprano pillan todos los presidentes. Pero ahora, con Sánchez, el búnker de la Moncloa se va a convertir realmente en ese sitio del que no va a poder salir, en el que no se va a poder entrar, con una muralla de policía, lecheras, parapetos, helicópteros y chinchetas, y otra muralla de gente cabreada, más allá.

Yo creo que irse de Ferraz a la Moncloa era el paso natural para el cabreódromo nacional, que en Ferraz no hay nada, o hay un solo empleado con visera, manguito y telégrafo, como en una estafeta del Oeste o en una embajada de Puigdemont. Ferraz ya no es nada, en Ferraz ya no hay nada, y a uno le da la impresión de que todos esos manifestantes están formando bulla allí delante de la sede del PSOE como delante de un 7-Eleven, que a ver para qué. El PSOE ya no existe y Ferraz es un almacén de cartones, fotocopiadoras y muñecos a cuerda con platillos. Lo único que existe en el sanchismo es el búnker de la Moncloa, donde Sánchez tiene su tronito con sillón prostático, sus asesores, su quiropráctico, su peluquero, su colchonero, sus azafatos, sus científicos, sus creativos, sus matones y su puente de mando, como un malo de Bond. La verdad es que el personal la monta en Ferraz y sólo asusta a los vecinos, mientras Sánchez duerme tras diez metros de hormigón, otros tantos de enfermeros y otros tantos de cojines.

Lo único que existe en el sanchismo es el búnker de la Moncloa, donde Sánchez tiene su tronito con sillón prostático, sus asesores, su quiropráctico, su peluquero, su colchonero, sus azafatos, sus científicos, sus creativos, sus matones y su puente de mando, como un malo de Bond

La gente sigue manifestándose contra la amnistía, que no es tanto la amnistía sino la compra de la Moncloa como si fuera un cortijito y la degradación de la democracia y de los poderes del Estado hasta el nivel de un antojo de adolescente o de preñez. Tuvimos el otro día un domingo en sábado, como esos lunes que son a veces un domingo, de nuevo con decenas o cientos de miles de personas por las calles de Madrid como un solo palacio neoclásico destechado. Allí les habló muy bien Savater, sabio y encendido, con esa cosa de dalái lama que se ha ido mosqueando poco a poco, después de sobrepasarse ya toda la paciencia del universo. Sin embargo, yo creo que a ese manifestante que se equipa como de Coronel Tapiocca de las manifestaciones antisanchistas le falta algo así como una brújula. Quiero decir que la gente no sabe muy bien adónde ir y luego se desperdiga o se pierde como si no recordara dónde aparcó.

El antisanchismo aún no está organizado, además de que la derecha no tiene tanta práctica como la izquierda, que lleva toda la vida manifestándose contra el mismo rico de desmotadora o de duro de la Restauración, contra el mismo franquista del estraperlo y contra la misma bomba de la OTAN, icónica como la ojiva de El planeta de los simios. O sea, que un día ve uno una manifestación ordenada, geométrica y vistosa, como hecha de Lego, y luego ve a unos cuantos perdidos por la A-6, buscando la Moncloa como un turista busca el Templo de Debod. Pero, claro, también oímos un día a Savater y otro día al tío del rosario, con su borrachera mariana y su sombrero cañero, como si estuviera en El Rocío. Habría que hablar también de esos nazis que se van a Ferraz a enseñar el pezón desnudo entre el correaje, como en un cuarto oscuro, y el pajarraco nacionalfamiliar como un loro de vieja. Aunque esta fauna se ha cruzado con la amnistía igual que con un derbi futbolero, que son las mismas ganas de enseñar el pezón, la lengua y la bota a un país que no les hace caso ni se lo hará, salvo que Sánchez necesite a más fascistas aparte de sus ya socios.

Los manifestantes, sin organización, sin brújula o sin hora acabaron cortando la A-6, camino de la Moncloa, donde Sánchez duerme como la princesa del guisante o quizá ya no duerme, esperando las profecías o los fantasmas igual que Macbeth. A uno, la verdad, a pesar de la decisión improvisada, le parece que esto tiene más sentido, siquiera simbólico, que no creo que nadie esté pensando en asaltar la Moncloa con bieldos y antorchas.

Hace mucho que en Ferraz no hay nada más que telefonistas papagayos,
pegatinas viejas y flores podridas, como en un invernadero de película de miedo. Todo el poder de Sánchez está en la Moncloa, y quiero decir incluso físicamente, topográficamente. Todo el poder de Sánchez es la parcelita de la Moncloa, que en el Consejo de ministros y en el Congreso lo mangonean y lo humillan sus socios, en la calle lo abuchean los ciudadanos, y en Europa pronto lo van a empezar a mirar encogiendo la nariz, como si oliera a pies y a banano, como un dictadorzuelo tropical de gorra de plato, mostacho de cenefa y sobaquera mojada.

Sánchez, tan vanidoso, tan invencible, va a tener que conformarse con ejercer su vanidad y su invencibilidad tras los muros de la Moncloa, su resort privado, su playa desecada, su laberinto de cipreses, su cárcel de oro y Tàpies, su saloncito del trono acolchado de ecos, acusado de espejos y atravesado sólo de sus risotadas y sus criados. El cabreódromo antisanchista todavía no está muy organizado ni muy tamizado, y los manifestantes a lo mejor no iban hacia la Moncloa por estrategia ni por simbología, sino porque se perdieron. Pero la Moncloa va camino de terminar siendo ese lugar en el que Sánchez se entierra o se encierra, entre tumba, fumadero y habitación del pánico. Habría
que acercarse por allí con sereno, triste y compasivo respeto, como si fuera un mausoleo, una pirámide, las ruinas del reino de Ozymandias o los escombros de Xanadú.