Tenían poco que ver entre ellas más allá de que eran hermanas. Las infantas Isabel, Paz y Eulalia de Borbón, hijas de Isabel II de Borbón, presentaban personalidades tan opuestas que parece mentira que fueran familia. Pero, más allá de sus diferencias y de algunas desavenencias, las tres se mantuvieron unidas hasta el final de sus vidas. Juntas vivieron mil y una vicisitudes y más de una desgracia, tanto personal como histórica. Vieron como su madre era destronada por una revolución y enviada al exilio, a Francia. Años más tarde, su hermano, Alfonso XII, regresó al trono y ellas volvieron a España. Fueron testigos de excepción de la Restauración Borbónica, de la Regencia de su cuñada, la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, y del reinado de su sobrino, Alfonso XIII. Vivieron guerras y revueltas, cambios vertiginosos en Europa y el exilio de nuevo al final de sus días, cuando se proclamó la II República y la familia real tuvo que salir, prácticamente con lo puesto, de nuevo hacia Francia. Entre tanto sobresalto, ellas se casaron, se codearon con la realeza europa, protagonizaron sonados escándalos y Eulalia, la más cosmopolita y moderna de todas, dio la campanada al convertirse en la primera persona de la familia real en solicitar un divorcio. También escribió un tratado feminista que le costó una suerte de exilio durante años.

'Las hijas de Isabel II', de Cristina Barreiro.

Las vidas de las tres infantas, desde luego, daban para varias películas y unas cuantas series (que la infanta Eulalia no tenga su propio biopic resulta, a estas alturas, inexplicable). Sorprende, de hecho, que no hubiera una buena novela con la vida de las tres juntas. Pero la historiadora Cristina Barreiro ha subsanado tan flagrante ausencia con una novela histórica que se lee de un tirón y que nos presenta las luces y las sombras de estas tres mujeres únicas, apasionadas, rebeldes e interesantísimas.

La historia de Europa desde la mirada de tres mujeres únicas

Como la propia autora establece en el prólogo, "Las hijas de Isabel II. Isabel, Pilar, Paz y Eulalia, cuatro infantas al servicio de España", cuenta la historia "desde la mirada de quienes, durante más de un siglo, fueron protagonistas de una época en España y en Europa". El libro comienza con el nacimiento de Isabel de Borbón y Borbón, entonces princesa de Asturias, en 1851. Y termina con la muerte de la infanta Eulalia, en 1958, "en pleno nacionalcatolicismo, cuando sobrevolaba la duda de si Franco restablecería o no la monarquía".

De las tres hermanas, la infanta Isabel, "la Chata" como la conocía el pueblo, ha sido la más conocida y estudiada. La biografía que le dedicó María José Rubio ("La Chata. La infanta Isabel de Borbón y la corona de España", Esfera de los Libros, 2003) es prácticamente imposible de superar y sigue siendo el volumen de referencia para conocer la vida de esta mujer apasionada, castiza, simpática y vivaz que se convirtió por méritos propios en el miembro más popular de la monarquía en su época y en todo un fenómeno en el extranjero (su viaje oficial a Argentina fue un éxito descomunal). "La Chata" --apelativo que, por cierto, ella odiaba-- era toda una influencer, un fenómeno mediático antes de que semejantes conceptos existieran.

No hay que creer, sin embargo, que fuera vulgar o que cayera en una chabacanería de dudoso gusto. Al contrario: siempre fue muy consciente de su rango --en ocasiones, quizás demasiado-- y se comportó con una gran dignidad, incluso cayendo en la altivez con excesiva frecuencia. Le encantaba la pompa y la ceremonia, el protocolo a todo gas, la moda, las joyas y el buen comer, pero también sabía codearse como nadie en la realeza con personas de toda condición. En su palacete de la calle Quintana, donde vivía, se reunía con artistas y escritores (de María Guerrero y Concha Espina a Ramiro de Maeztu), pero también fue de las primeras en acudir a un partido de lo que entonces se conocía como football y se aficionó a la automovilística.

La infanta Isabel entendió mejor que nadie que la monarquía no se sustentaba ni en el poder divino, ni en la constitución ni en las leyes, sino en el cariño del pueblo.

La infanta Isabel entendió mejor que nadie lo que la reina Victoria de Inglaterra intuyó y puso en práctica: que la monarquía no se sustentaba ni en el poder divino, ni en la constitución ni en las leyes, sino en el cariño del pueblo, en la opinión pública. Por lo que la monarquía debía poner en marcha lo que hoy llamaríamos "un plan de marketing", consistente en aparecer sonriente en los medios participando en actividades populares. ¡Había que crear lazos de afecto con el pueblo!

En muchos sentidos, la infanta Isabel se adelantó a muchos políticos modernos y tuvo una visión muy clarividente de cómo debía adaptarse la monarquía a unos nuevos tiempos donde los periódicos y las revistas comenzaban a tener un peso descomunal en la sociedad. Seguramente por ello, ni siquiera la II República se atrevió con ella. Es más: pocas horas después de que su sobrino, el rey Alfonso XIII, tuviera que partir al exilio a toda prisa, el nuevo gobierno aseguró a la Chata que ella podía quedarse tranquilamente en Madrid, que nadie la iba a incordiar y que se garantizaría su seguridad en todo momento. Pero ella, leal a la Corona hasta la médula, dijo que ni hablar: "Yo me voy también", dice en el libro. "Jamás me quedaré en una España republicana".

Por aquel entonces, la infanta era ya muy mayor, estaba enferma, postrada en su cama y apenas se podía mover, pero ordenó que se preparase su equipaje de inmediato. Conseguir una ambulancia que la trasladase hasta la estación de El Escorial fue toda una odisea en aquellos días de exaltación republicana en que la bandera tricolor ondeaba por doquier. Cristina Barreiro detalla con precisión aquellas horas de nervios:

"No podría salir desde la estación del Norte, ya que a la hora prevista de partida llegaba Pablo Rada, el mecánico y héroe republicanos del Plus Ultra. Francisco Coello, secretario particular de Isabel, no paraba: habló con la Compañía Ferroviaria del Norte, con la Cruz Roja y se puso en contacto con Alfonso de Orleans en París. Saldrían el domingo 19 de abril al caer la noche (...). Eran las ocho y diez minutos. Una ambulancia recogió a la infanta Isabel en el patio interior del palacete. Iba en una camilla articulada, con ruedas, dando la mano a la princesa Beatriz. "Verás como son pocos días y cuando todo se calme, podremos volver a casa", decía tratando de reconfortar el corazón roto de Isabel; sus manos estaban arrugadas, enflaquecidas por la edad. Con ellas iba también su doncella, María Cuevas, y la enfermera que la atendía desde el comienzo de la enfermedad. Juana Beltrán de Lis la besó en la frente: "Alteza, cuidaré su palacio. Aquí nada faltará para su regreso". sollozaba la fiel dama. De repente se abrieron las batientes de la ancha puerta del jardín que daba a la calle Tutor. Empezaba el agónico viaje al exilio".

La infanta desconocida

La infanta Isabel tiene un gran protagonismo en el libro, pero quizás lo más interesante de la obra sean las otras dos infantas, Paz y Eulalia. De la primera apenas se sabía nada --o, al menos, no es tan conocida por el público en general como su hermana--, pero resulta todo un descubrimiento. Paz, casada con un príncipe de Baviera y residente en Munich, no sólo fue una mujer gentil y bondadosa, sino que desempeñó una espectacular obra social centrada en la educación y la cultura. Puso en marcha un Pegagogium, un colegio en Baviera para niños españoles pobres empleando los métodos pedagógicos más avanzados del momento. La iniciativa, increíblemente avanzada a su tiempo, recibió incluso el aplauso y la admiración de un tal Kurt Eisner el cual, tras la Primera Guerra Mundial, se convirtió en presidente de Alemania.

Pero no se quedó ahí: fundó multitud de instituciones de beneficencia, impulsó iniciativas culturales, trabajó como enfermera de la Cruz Roja durante la Primera Guerra Mundial e incluso, al final de la Guerra Civil española, ayudó a refugiados republicanos. También se dedicó a la pintura y a la escritura, sobre todo a la poesía. Sus poemas aparecieron en el ABC y luego se editaron en Friburgo. Publicó varios libros sobre Roma, una biografía de una pariente de su marido y sus propias memorias.

La infanta rebelde

A mi juicio, de las tres hermanas, Eulalia fue la más fascinante. Era rebelde, cosmopolita, culta, refinada, elegante y avanzadísima a su tiempo. Como el resto de sus hermanas, recibió un esmeradísima educación en palacio y, una vez en el exilio, la matricularon en el Sacré Coeur de París. Dominaba el inglés, el alemán y el italiano, y aprendió a la perfección el francés hasta el punto que se convirtió en una buenísima escritora en esa lengua y, de haber nacido en otro estrato social, no hay duda de que hubiera acabado en la universidad como académica o siendo novelista.

Pero ella era infanta de España y su destino la apartaría de ese mundo intelectual que a ella tanto le gustaba. La casaron muy joven contra su voluntad con su primo Antonio de Orleans, hijo de los duques de Montpensier, para zanjar disputas familiares. El duque de Montpensier, cuñado de Isabel II y padre de María de las Mercedes, primera esposa de Alfonso XII, había sido uno de los principales enemigos de la reina española y la familia quería enterrar con aquel matrimonio los odios surgidos. Pero el matrimonio, aunque al principio mantuvo las formas en público, en privado fue un desastre sin paliativos. Él dilapidaba verdaderas fortunas en excesos y lujos y coleccionaba amantes. Ella no se quedó atrás en cuanto a amoríos se refiere. Sus tórridas aventuras con el conde James Jametel fueron la comidilla de media Europa.

Después de un matrimonio atroz, la infanta Eulalia decidió cortar por lo sano y pidió el divorcio en París.A su cuñada, la muy beata María Cristina de Habsburgo-Lorena, por casi le dio un infarto cuando se enteró.

Al final, Eulalia se puso al mundo por montera y decidió cortar por lo sano. Pidió el divorcio en París para escándalo de la corte de España. A su cuñada, la muy beata María Cristina de Habsburgo-Lorena, por casi le dio un infarto cuando se enteró. Pero no sería la única vez que Eulalia diese la campanada. Cuando la enviaron en viaje oficial a Cuba y Puerto Rico, en vez de defender la Imperio español, se puso del lado de los independentistas cubanos. De hecho, bajó del barco que la portaba vistiendo un traje de color rojo, blanco y azul, precisamente los mismos que los de la bandera de los insurrectos. Al capitán general de Cuba, Alejandro Rodríguez Arias, le dio un mareo al verla y, una vez recuperado, dijo que la infanta había resultado más revolucionaria que el mismísimo José Martí, héroe local.

Eulalia tuvo una vida errante y se dedicaba a viajar constantemente por todas las cortes europeas. Charló con los principales protagonistas de la historia reciente, fue testimonio directo de los acontecimientos más destacados y se hizo amiga de multitud de filósofos y escritores. Así fue conformando una filosofía propia, progresista, muy liberal para su época y también feminista. Sus pensamientos los plasmó en un libro, Au fil de la vie, publicados en París con el pseudónimo de la condesa de Ávila, en donde reflejó sus ideas sobre el progreso de la mujer y el futuro de las monarquías. Para consternación de su sobrino, Alfonso XIII, dejó por escrito que los reyes tenían los días contados y que el futuro estaba en la democracias liberales. Aquello causó tan revuelo en Madrid que el rey se vio obligado a prohibir a su tía la vuelta a España. No pudo regresar hasta 1922.

Un retahíla de anécdotas

El libro de Cristina Barreiro recoge ésta y multitud de anécdotas más. También habla de el resto de personajes que poblaron las vidas de las tres, de sus maridos a sus hijos, sobrinos y nietos. Hay desgracias y romances, muertes y amores de novela. También convulsiones políticas y cambios vertiginosos. Dictaduras, revoluciones, exilios y guerras. Y adelantos tecnológicos. En uno de los últimos capítulos --titulado, acertadamente, "La modernización de España"--, la infanta Isabel se horroriza al ver un anuncio de publicidad de un aspirador de la marca ElectroLux en Mundo Gráfico y le espeta a su hermana: "Armario frigorífico, enceradoras... "Pero, Paz, ¿crees que con eso que llaman "electrodomésticos" realmente se facilitará el trabajo al servicio? En mi casa he avisado a Margot para que dé orden de que todo siga como siempre".

El libro, desde luego, es una manera magnífica para adentrarnos en un mundo tan remoto como relativamente próximo, que explica mucho de nuestro tiempo. Y también es una lectura deliciosa para conocer la vida de tres mujeres que, cada una a su manera, fueron únicas y excepcionales.