Pedro Sánchez ya es Don Teflón, según lo ha bautizado The Times en un editorial que parecía una sentencia o una esquela bajo su mancheta heráldica, ferroviaria y justiciera, como una guillotina con hojas de acanto y reloj de revisor o de la Parca. Tiene razón el histórico periódico, porque a Sánchez le resbala la corrupción o toda la realidad por su rostro de polímero industrial. Ese rostro en el que estos días, ahora me doy cuenta, no veíamos los pómulos con martirologio y divismo de un beato o de Yurena, ni el contouring de la natación sincronizada o de Maléfica, sino sólo panceta y huevo frito persiguiéndose. Sánchez es hidrófugo, lúbrico, vítreo y marmóreo, y no pueden tocarlo, menos aún mancharlo, ni sus múltiples manos derechas, todas pringadas y pringosas de tarta pública y sudor púbico. Lo de Sánchez es un blindaje molecular, como decían de KITT sin que nadie supiera muy bien qué era eso excepto algo que lo salvaba de todo, incluso de la inverosimilitud y del ridículo. La corrupción, y hasta los apagones, son cosa de gente todavía como de estraza o de miga de pan, los antiguos del PP y la derecha, o los empresones que hacen electricidad u hormigón como manteca.

PUBLICIDAD

Sánchez, que es Don Teflón o es Don Limpio (el resudor de su labio, de su lobulillo o de su frente no sólo no ensucia sino que ilumina, desinfecta y perfuma), está entre el detergente mágico o mitológico de nuestros anuncios, que siempre es como el detergente del Espíritu Santo, y el campo de fuerza místico y humanista del jedi. Como el gurú o como el lavavajillas, Sánchez es puro por definición, y todo lo que haya de feo en el partido, en el mundo o en la cubertería no puede ser culpa de él. Es lo que se llama una petición de principio, que es una falacia especialmente reverberante y estomagante, lo mismo usada para fundar el frescor de los limones salvajes del Caribe, donde no hay limones salvajes, que la santidad de un melenas con sitar, con ruló o con partido político. Pero la verdad es que a Sánchez, tan fresco y quizá tan del Caribe, sólo hay que aplicarle la misma prueba del algodón que él le aplicó a Rajoy, ese señor tan de pelusa. O que él se aplicaba a sí mismo, o eso decía al principio, o sólo anteayer.

Por supuesto que Sánchez es puro y santo, lo sería incluso si lo pillaran repartiendo mordidas sobre montañas de farlopa como de virutas, o en la isla de Epstein con disfraz de fauno ungulado y priápico. Desde una visión tan perversa como perezosa, algunos todavía piensan que el mal no tiene que ver con los hechos, sino con las motivaciones. O sea que Sánchez se podría defender kantianamente, usando la idea de deber y universalidad, como hicieron incluso en Núremberg. Sánchez podría ser limpio y a la vez corrupto, puro y a la vez mentiroso, malvado y a la vez bienhechor, dado que su deber es combatir un mal mayor, en este caso la derecha y la ultraderecha, un deber que fácilmente traslada a deber universal y por tanto imperativo. Ver algo temible en Feijóo a mí me parece aún más ridículo e impactante que la cara de frontón o de cama elástica de Sánchez, pero eso no importa. Importa que, una vez que tu justificación puede justificarlo todo, efectivamente te dedicarás a hacerlo todo.

Sánchez nunca tendrá la culpa de nada, ni siquiera del mal que haga o permita, puesto que siempre será más importante el bien perseguido y, en todo caso, sería el sistema intrínsecamente corrupto

Sánchez, limpio, resbaloso y rosa como una jabonera de Avon, lo es no por sus hechos ni los de su partido, sino por sus objetivos. Nunca tendrá la culpa de nada, ni siquiera del mal que haga o permita, puesto que siempre será más importante el bien perseguido y, en todo caso, sería el sistema intrínsecamente corrupto del otro el que lo habría empujado a ello. O sea, que la fontanera sólo es la reacción a la policía patriótica del PP, el asalto al Estado sólo es la respuesta a la cloaca fachosférica judicial y administrativa (opositar es facha), los corruptos del PSOE sólo siguieron el rastro de migas y aceite dejado por la corrupción sistémica del PP, y hasta las constructoras son las que tientan a los buenos socialistas de tripita y salchichón, que es lo que eran Cerdán y Ábalos antes de que el brutal capitalismo les pusiera por delante caravanas de oro y putas como de Las mil y una noches. Incluso el apagón, para el que nos ha sobrevenido una endeble explicación que parece a la vez lenta y apresurada, demorada e improvisada, tiene que ser culpa de ese capitalismo que contaba monedas mientras el Gobierno de progreso contaba pétalos. Como ocurría en la Unión Soviética, el Estado no puede tener la culpa. Es otra petición de principio, como la viciosa y viscosa limpieza de Sánchez.

Sánchez, Don Teflón con dos tiras de panceta bailándole en la cara demacrada o guerrera, no tiene un superpoder, ni blindaje molecular, ni el campo de fuerza de la Estrella de la Muerte. A Sánchez, simplemente, partido, socios, arrimados, pelotas, fanáticos, imbéciles y votantes le han dejado crecerse hasta que ya no le importa nada. Todo lo que hemos dicho del deber y la misión también es mentira, porque si a Sánchez le horrorizara la extrema derecha no hubiera pactado con Puigdemont, al que Cerdán le llevaba como jamones de homenaje a su torre del homenaje. No hay deber, no hay misión, sólo está Sánchez con un ego enfermo que ya le saca radiografías del hueso o del aura por la tele.

La corrupción no ya política sino institucional ha podrido a Sánchez hasta la afilada osamenta, que lo apuñala por dentro. No es que se lo diga la prensa heráldica británica, ni la derechona patria. Se lo podría decir él mismo, cuando empezaba la aventura o el cuento, antes de que nada fuera ya nunca más verdad ni mentira, antes de que no lo mojara ni la lluvia; antes de que todo fuera, simplemente, la iluminación industrial y la quijada de teflón de un breve faquir que aún no ha comido a las 5 de la tarde, que parece la hora a la que comen los muertos de Lorca o los muertos de la política.

PUBLICIDAD