Torra tenía que montar un festival folclórico en un festival folclórico, por supuesto. Él lleva siempre el folclorismo de lo suyo como lleva su baúl una tonadillera, hasta con trapos por fuera haciendo adioses exagerados de prisa y morriña. Torra arrastra palmeros y primos de su Sacromonte tractoriano hasta Washington, o hasta donde sea, y enseguida montan todos el espectáculo familiar, que cabe en una maleta. No llevan una cabra, una cabra sagrada y blanca, como un Lucifer alpino, porque no les cabe en la maleta. Pero el espectáculo tiene niñas con delantal y abuelos con el garrote a compás con el sabañón. No saben hacer otra cosa, son esa familia con el mismo número toda la vida.

A Torra y a los suyos les da igual el Instituto Smithsonian, toda esa seriedad cosmopolita que aprecia máscaras con mil lenguas y budas elefantes de una manera humanista y polite; y les da igual Washington porque ellos lo ven todo como un taxista de burros ve Fuengirola. En esos Estados Unidos donde aún todo tiene su lugar, donde una flauta puede ser una flauta y nadie ve en ella una cerbatana ideológica, donde un patio con estatuas puede ser un patio con estatuas y nadie concibe allí una emboscada política, llegó Torra a hacer el cateto porque, simplemente, ya digo, hay quien no sabe hacer otra cosa. La niña sólo sabe un fandango, perdonen los señores.

A Torra y a los suyos les da igual Washington porque ellos lo ven todo como un taxista de burros ve Fuengirola

Torra no está haciendo nada diferente a Puigdemont, que aprovechó desde el principio su huída, esa gira a la que le obligan los tribunales como una Guardia Civil de Lola Flores, para ir arrastrando por el mundo el espantajo vil de una España de franquistas opresores y picadores verdugos, una especie de Turquía con paella. Es un discurso que no le ha comprado nadie, salvo esa extrema derecha europea vestida como para un Oktoberfest supremacista. Pero sí es verdad que una prensa extranjera paternalista y un poco envenenada por algo que está aún entre la leyenda negra y la España de la sangría y de Hemingway, tomó cierta equidistancia facilona y torpe.

Rajoy no hizo mucho por contrarrestar en el exterior esa imagen, el “relato” que dicen los cursis de la neología. Pero al menos el expresidente, y sus ministros (Soraya como a zapatillazos y Zoido como un confesor estricto y pausado, él tan curil) contestaban y rebatían en el Congreso. Con Sánchez, ni eso. Torra, en un Washington que él seguía viendo, según decíamos, como Mijas para su negocio de pasear guiris bobos en burros procesionales o hindúes, volvió a insultar al Estado y a nuestra democracia.

A lo mejor se esperaba aplausos, como si hubiera hecho aquel discurso de Cantinflas en Su excelencia en una ONU de saloncito del Palace. El aún embajador Morenés lo rebatió, como no podía ser de otra manera, con contundencia y elegancia, mientras los de Torra abucheaban como en la feria de ganado en la que se imaginaban, y se iban del acto igual que el que se sale de la iglesia a la tasca. Borrell defendió a Morenés, porque entiende que un embajador de España no puede quedarse mirando las lámparas de araña mientras cocean a su país, menos en un foro internacional.

Si el secesionismo sigue con su negocio folclórico, al menos que Sánchez no parezca un guiri alelado paseando en un burro con sombrero bandolero

Sánchez, ni eso. Prefirió insistir en “evitar la confrontación”.  Sánchez, que está conquistando a azafatas de vuelo o esculpiendo en arcilla de escena de Ghost sus propias manos, no parece poner el mismo deseo y la misma “determinación”, según el famoso tuit, en defender la dignidad del Estado de esta horda del burrotaxi. El problema catalán, orteguiano, noventayochesco, lo resolverá o no, tampoco le vamos a pedir milagros aparte de levantar las gafas de sol sólo con las cejas. No se trata de eso.

Pero mientras busca o no estrategias más o menos efectivas o posibles, lo que no puede ser es que Torra vaya soltando boñigas por Washington y Sánchez se limite a guardarlas en un tupper. Ni que el Rey parezca en Cataluña el primer desterrado. Ni que Rufián se levante en el Congreso con la avilantez, el desprecio y la naricilla de una Escarlata O’Hara en el desayuno, hable de políticos secuestrados, y Sánchez le lleve en la bandejita un “diálogo sincero” sin ponerle peros más que a la herencia de Rajoy. Algo más del brío que utiliza para poner morritos o esculpirse las venas del antebrazo se espera de un presidente del Gobierno a la hora de defender las instituciones. Si el secesionismo sigue con su negocio folclórico, al menos que Sánchez no parezca un guiri alelado paseando en un burro con sombrero bandolero o mejicano, entre sus moscas de vino y su peste a rabo.