No hace tanto, Susana Díaz todavía iba y venía de Madrid soñando con ser otra de sus diosas aguadoras, con llegar a la Moncloa desde Atocha, en una alfombra como un scalextric de claveles. Por entonces, Susana parecía pasar por el Parlamento andaluz montada en un carrito de golf, para contestar a las preguntas de las sesiones de control sin pararse, en lo que tardaba en cruzar el edificio, y así poder volver pronto a la carrera de su vanidad. Yo hacía mis crónicas pensando que aquél era una especie de Parlamento plegable, que se montaba para los veinte minutos de Susana que eran como veinte minutos de Madonna en la Super Bowl, y luego se cerraba en un estuche de guitarra o en un baúl de folclórica con pitones de astracán. Ese Parlamento en el que Susana solía hacer patinaje ya no es su pista ni su palco. Y lo primero que ha hecho Susana, cuando la va a tirar del escenario un meritorio, Juanma Moreno, ha sido proclamar su propia “alerta fascista” en la calle.

A las puertas del Parlamento andaluz, iglesia de hospital habitada por fantasmas de yeso y almas silbantes de órgano, se había concentrado a la hora del desayuno funcionarial un feminismo seguramente también muy funcionario, todavía con los panderos nevados y los globos de la Navidad. Mujeres y hombres, incluido un señor barbudo con uniforme de trabajo, o sea una camiseta que ponía “UGT feminista”, habían llegado en autobuses rosas o municipales, fletados por el PSOE o por colectivos del gineceo o el sociatismo, uno cree que más por urgencia política o profesional que por alerta feminista.

El consenso sobre la violencia de género y la igualdad no lo van a romper el PP ni Cs

Lo más curioso es que Vox y la izquierda han coincidido en hacer una guerra donde no la hay, porque el consenso sobre la violencia de género y la igualdad no lo van a romper el PP ni Cs, sea por convicción o pragmatismo, ni puede derogarlo la ruidosa minoría de Vox, por muchos capotes que cuelguen en sus 12 escaños como en un tendido de sombra. La guerra que no hay, los problemas que no existen, son los que ponen de acuerdo a la izquierda y a Vox. Vox, siempre tan tremendista como cagoncete, calificaba la manifestación a las puertas del Parlamento de kale borroka, mientras la izquierda acusaba al “tripartito” de “poner la seguridad de las mujeres en almoneda” (Mario Jiménez).

Es una guerra que les conviene a los dos, por aglutinar a la parroquia y, en el caso del PSOE, por defender aún su pan. De hecho, lo más revelador de la carta que ha hecho pública Susana Díaz, carta de náufrago o de soldado, testamento grandilocuente y ridículo, como escrito al alba de los gallos sangrientos, es esta frase: “No vamos a aceptar que nadie nos arrebate lo que es nuestro”. No se puede expresar mejor lo que siente ahora el PSOE andaluz. Ni la necesidad que tienen de entrar en la guerra de Vox, o en cualquier otra. Todos los problemas de Andalucía no son nada ante el problema inventado por Vox. Y es así porque no se trata ya de guerras de poder, sino de la guerra de los harapos, la del hambre, la de la supervivencia, ésa que ya no se puede rehuir. Más que una alerta fascista, o machista, era una alerta de pesebre, como si les pitara el frigorífico igual que una puerta del coche abierta.

Moreno hizo, claro, ese discurso de espejo que tiene ya hecho y recitado y aplaudido mil veces el poeta o el actor

Juanma Moreno hizo, claro, ese discurso de espejo que tiene ya hecho y recitado y aplaudido mil veces el poeta, el actor, el cantante, para la hora del éxito, para el Óscar, para el Nobel, para el champán. En realidad, para mejorar la gestión del PSOE andaluz basta con que los recursos no vayan sólo al metabolismo basal de la Junta y del partido. La transparencia, la regeneración, la limpieza, la optimización de recursos, no dejaban de ser evidencias, pero unas evidencias que pintaban el retrato inverso y chinesco de un PSOE andaluz que había hecho todo lo contrario, encerrado en su bucle de comilonas electorales seguidas de siestas de gobierno.

Susana miraba sonriéndose de vez en cuando, o con gesto de desprecio contenido, o quizá de primer vértigo de la vida. Su argumento maestro, el mismo de Chaves, siempre fue que lo que hacían estaba bien porque la gente les seguía votando para que gobernaran, y lo demás era pensamiento cenizo. La gente era su burbuja, su protección ante la realidad y ante los números que la oposición siempre le repetía, con deje de lotería navideña, mientras ellos seguían en el poder como ante la chimenea, oyendo lejanamente esas cifras de paro o de pobreza como la lluvia fuera o el sonido de palomitas haciéndose en la casa, tan calentita. Sin la gente, sin ese manteo, esa caricia y ese algodón de la gente, Susana parecía estar ahora, por primera vez, sola, como bajo una granizada, bajo la verdad que te cae encima como un árbol talado. Yo creo que su mirada era la de contemplar la cabaña desde fuera, la pastelería desde fuera, por primera vez en su vida.

Juanma Moreno no podía sólo recontar su reformismo por departamentos, que sonaban más a obviedad que a revolución, como decía. Ni proclamar en general el Nuevo Tiempo, que había sido proclamado allí mismo demasiadas veces, en la misma ceremonia, y ante los mismos querubines y arpas de telaraña que contemplan la historia de la autonomía andaluza. Moreno quiso además dejar ternuras, hablar de humildad, de diálogo, como un papa nuevo y bueno. Hasta le dio las gracias a Susana por su trabajo, un poco extraño después de explicar cómo el PSOE andaluz había “intentado dormir” a Andalucía y reducir todo objetivo al “mantenimiento en el poder”.

Pero, sobre todo, lo que esperábamos eran referencias a Vox. Que las hubo, aunque como entre las neblinas impresionistas de este tipo de discursos. Francisco Serrano aplaudió cuando Moreno repartió un poco la violencia entre todas las víctimas y todos los tipos, pero nada lejos de la ortodoxia y del consenso sobre el maltrato de género. Igual que aseguró que hablaría con todos “sin cordones sanitarios”, también dejó claro que los límites estaban en el Estatuto andaluz y en la Constitución.

Fuera del Parlamento, seguía la protesta del feminismo dolido, del violeta clitórico o del ruido de tripas, porque las guerras inventadas no se terminan tan pronto. Pero dentro, de momento nada daba miedo. La derechita simbólica, o sea Vox, parece más cerca de contentarse con tener presencia y balcón que de querer sacar un torero con pistola o a Marianico el Corto a hacer política con garrota y espinilla peludas. De momento (a ver lo que dura), ganan los problemas de verdad a las guerras inventadas. Cosa que quizá sólo hará que Susana, contemplando sus patines colgados como su coleta cortada, desee más guerra que nunca.