El presidente en funciones, el presidente in péctore, con la presidencia aún en el calcetín de gnomo de la Navidad, nos había convocado en el fin de semana de los Reyes, con legañas de espumillón, con cava chapoteado en los zapatos, un sábado temprano, entre barrenderos como elfos que se dan fuego y gente buscando churros. Pero la gente pensaba más en lo que pasaba en Cataluña que en el mal despertar de lechero, cuando iba llegando al Congreso como a una fiesta clandestina, con el frío raro de la hora rara. En los pasillos del Congreso, con ruidos y expectativas de carritos de hotel, se lo decía Pedro García Cuartango a Enric Juliana: no se trataba tanto “de lo que pasa aquí, sino en tu tierra”. Cuando sus señorías se iban acomodando, entre felicitaciones de año nuevo y bostezos tropezando con las alfombras, Laura Borrás se acercó a Rufián y cruzaron unas palabras como si intercambiaban contraseñas o planos guardados en un diente. Eso era lo importante, eso era la realidad, mientras Sánchez hacía su entrada como un Rey Mago en barco o como un boy que había traído Calvo de la mano.

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