Desde el comienzo de este siglo las políticas de energía se han elaborado en base a una defensa de la naturaleza y en la lucha contra la amenaza del cambio climático. Veinte años después, sin embargo, lo que parece amenazante es que se han adoptado políticas que cada vez ponen más en riesgo la estabilidad y bienestar de la sociedad, así como la sostenibilidad industrial ya que no garantizan (¿hoy por hoy?) el necesario abastecimiento energético a precios sostenibles para la industria. En la actualidad el precio del gas en Estados Unidos es 15 veces inferior al precio del gas en Europa.
La economía europea podría colapsar en los próximos años frente a nuestros competidores internacionales y, en particular, nuestros competidores americanos que se benefician de una energía cerca de 15 veces más barata gracias al gas de esquisto.
Cuando el presidente americano decreta el embargo del gas ruso, lo hace sabiendo que dicho embargo no tiene ningún efecto sobre la economía americana, ya que no importa ni petróleo ni gas de Rusia. Este embargo, sin embargo, contribuirá a incrementar el precio de venta del gas que Estados Unidos vende a los europeos, con un valor de ~15eur/MWh. Al salir del Golfo de México, será vendido en Europa por >200eur/MWh.
Los europeos solo vemos como nuestra estrategia energética ha sido un fracaso debido a las decisiones ideológicas (sin base científica, social o económica) de un mal entendido izquierdismo climático
Frente a la independencia energética de EE.UU., los ciudadanos europeos solo vemos como nuestra estrategia energética ha sido un fracaso debido a las decisiones ideológicas (sin base científica, social o económica) de un mal entendido izquierdismo climático. Ciertas ONG asociadas a este izquierdismo climático han mantenido relaciones incestuosas con el gigante Gazprom y se han dejado financiar generosamente por oligarcas rusos a cambio de un poderoso lobby anti-nuclear y anti-gas de esquisto, sin base científica y solo basado en un completamente erróneo mensaje ideológico que ha demonizado sin base científica la explotación de dicho recurso.
Y lo mismo ocurre con el rechazo, fundamentalmente ideológico y de poca base científica, a la energía nuclear. Todas estas consideraciones son muy críticas y van a determinar nuestra capacidad para actuar de forma urgente en la necesaria transición energética para limitar los efectos del cambio climático a los que nos vemos abocados con los actuales ritmos de emisión. Sin embargo, dicha transición sólo ocurrirá si la electricidad es barata, segura y fiable. La necesaria masiva electrificación de todos los procesos de producción, fabricación, transporte… sólo se podrá llevar a cabo en un entorno de aceptación social y de electricidad barata.
Ahora bien, una electricidad barata no significa una transición energética sostenible desde un punto social y medioambiental. Hay otros muchos parámetros a tener en cuenta.
Cometimos un grave error auspiciado por los errores estratégicos del motor alemán
Cometimos un grave error auspiciado por los errores estratégicos del motor europeo (Alemania). El sentimiento antinuclear en Alemania está ideológicamente muy arraigado pero carece de cualquier base científica.
En cierto modo, eso supuso una aceleración en el desarrollo de tecnologías y soluciones para la industria fotovoltaica, financiado con dinero europeo y nacional, que desafortunadamente desembocó en una masiva transferencia tecnológica a China. La cara oculta del incremento de la parte de energías renovables en el sistema eléctrico alemán se hizo fundamentalmente a costa de compensar la intermitencia de las energías renovables con centrales térmicas alimentadas por carbón con el consecuente incremento en las emisiones de CO2.
Esta dependencia del carbón y la necesidad de reducir dichas emisiones es lo que llevó a Alemania a su segundo error estratégico, tirarse en brazos del gas ruso para compensar la intermitencia de las energías renovables y estabilizar la red con el incremento en la penetración de dichas energías. Al mismo tiempo, Alemania afianza su decisión de cerrar sus centrales nucleares asegurando en diciembre de 2021 que “la seguridad del suministro en Alemania continua estando garantizada” (Ministro de Clima y Economía, Robert Habeck, del Partido Verde).
Se trata de una decisión que calificaría cuando menos de curiosa si el objetivo era reducir la emisiones de carbono del sistema eléctrico. ¿Por qué priorizar el cierre de las centrales nucleares, antes que las de carbón, si la amenaza climática ya estaba bien definida? Desde un punto de vista científico no parece tener sentido empezar a descarbonizar cerrando aquellos medios de producción que emiten menos CO2 manteniendo el que más emite, como las centrales de carbón. Sobre todo cerrando precipitadamente aquellas centrales que no habían llegado al límite de su vida útil y sustituyéndolas por centrales térmicas de gas (la parte de centrales de gas en el sistema eléctrico ha pasado de un 23,8% en 2010 a un 30,5% en 2021).
Este apoyo alemán al gas hizo que otros países europeos siguieran su estela. Además la energía no es solo electricidad. Los recientes eventos relacionados con un potencial desabastecimiento de gas no conllevan únicamente un potencial desabastecimiento de electricidad -sobre todo en aquellos países con una mayor parte de centrales térmicas en su sistema eléctrico-, sino fundamentalmente conllevan unas disrupciones en la calefacción y en la energía de procesos industriales, y por lo tanto en nuestra economía y sociedad.
Estamos priorizando soluciones tecnológicas sin considerar en su justa medida todo los elementos, ocultos y visibles, que conlleva
Ahora estamos cometiendo un similar error con la transición energética, priorizando soluciones tecnológicas sin considerar en su justa medida todos los elementos, ocultos y visibles, que ello pueda conllevar, y en particular los efectos ocultos del acceso a los necesarios minerales para dichas soluciones tecnológicas.
Por un lado, el cambio climático significa un cambio en los patrones conocidos del clima, y depender exclusivamente de energías que dependen de los aleas climatológicos (sequías y embalses que se secan), olas de calor que reducen la eficiencia de los paneles solares, ….) no parece una brillante idea, sobre todo si consideramos que la transición de un sistema energético basado en la explotación de hidrocarburos a uno basado en la explotación intensiva de minerales.
Nuestras modernas economías son fruto y han avanzado (para lo bueno y para lo malo) gracias a la explotación de los carburantes fósiles, pero no solo. Los hidrocarburos no solo nos proporcionan energía, sino también materiales plásticos, medicinas, fertilizantes o productos químicos que son la base de nuestra vida diaria y que han permitido muchos avances sociales y económicos.
No podemos negar la influencia de dichos combustibles fósiles en los seres humanos desde la revolución industrial. Sin embargo, el progreso de los dos últimos siglos también ha dado lugar a consecuencias inesperadas: guerras, inestabilidades, pérdida de libertades, conflictos internacionales..., fundamentalmente debido a juegos de poder y estrategias geopolíticas de control de la oferta. En este sentido, resulta importante tener en cuenta el impacto del lado oscuro (aquello de lo que normalmente no hablamos) de la transición energética y de sus posibles consecuencias a largo plazo en lo que concierne a estabilidad internacional y los juegos de poderes que puedan afectar a las libertades y las democracias occidentales.
Muchos expertos hacen una lectura de los conflictos en Oriente Medio desde el final de los años 1960 (Guerra de Yom Kippur, Revolución Iraní, Guerra de Afganistán, Primera y Segunda Guerra del Golfo,…) como conflictos directamente relacionados con la dependencia energética americana. Hasta tal punto son conscientes de sus futuras (crecientes) necesidades energéticas que construyeron un importante número de terminales de regasificación a lo largo de la costa atlántica para poder importar LNG.
Este periodo nos ha dejado importantes lecciones de las que debemos aprender, y fundamentalmente una que es clave en este momento en el que el mundo se enfrenta a un importante desafío debido a la necesidad de implementar la mayor transición energética en la historia de la humanidad, y esto bajo la constante amenaza de un acelerado cambio climático, no podemos simplemente cambiar un sistema energético por otro. No podemos continuar con un business as usual simplemente cambiando un conjunto de energías, tecnologías y materiales por otro sin prestar atención a unas inesperadas consecuencias.
Sin poner en duda el hecho de que la descarbonización es el camino a seguir (y que las energías renovables deben jugar un papel fundamental), hemos de tener cuidado en cómo pasamos a un nuevo sistema energético basado en todos esos minerales críticos necesarios para descarbonizar por un lado y digitalizar por otro.
En este sentido, y si miramos a la historia de la energía podemos observar que cada vez que una fuente dominante de energía cambia, las relaciones de poder (geopolítica) cambian también. Y por lo tanto creando nuevos conflictos internacionales. Por ejemplo, si consideramos el litio (fundamental en el desarrollo de baterías) su precio se ha incrementado en un 500% en el último año desde un 300% de incremento en la última década.
No podemos continuar con un business as usual simplemente cambiando un conjunto de energías
Y su extracción no se encuentra libre de controversia debido al uso masivo de agua y de sus emisiones de CO2. Lo mismo ocurre con el grafito y el cobalto, por ejemplo. Pero lo más preocupante es la acumulación de recursos en manos de unos pocos. Si miramos el mapa, Chile y Australia dominan la extracción de litio, mientras China domina su procesado. En el caso del cobalto su extracción se encuentra dominada por la República Democrática del Congo mientras que el procesado por China. El níquel ve su extracción dominada por Indonesia y Filipinas, y su procesado por China.
Y esto es solo por poner algunos ejemplos de aquellos minerales más necesarios en la transición energética. En este sentido, China sigue tratando de hacerse con el acceso a más y más recursos.
La energía es algo muy serio. No es algo que simplemente podamos sustituir, y no es inmediato disponer de un sistema que proporcione en cada momento una energía fiable, accesible y por supuesto sostenible. Detrás de nuestro interruptor, hay un mundo extremadamente complejo que necesita funcionar en equilibrio y harmonía todo el tiempo.
Detrás de nuestro interruptor, hay un mundo extremadamente complejo que necesita funcionar en equilibrio y harmonía todo el tiempo
La energía es un producto fundamental, para todo: salud, educación, economía... Es el principal catalizador para alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible de las Naciones Unidas. Tener recursos propios, y hacer un uso eficiente de esos recursos, te proporciona una gigantesca ventaja competitiva. La energía es la columna de nuestra sociedad. Los riesgos asociados a su desabastecimiento son no solo económicos, sino también sociales con serias consecuencias para la estabilidad de las sociedades.
Por todo esto no podemos simplemente pasar de un sistema a otro, ignorando las consecuencias de no considerar la importancia del lado oscuro de la transición, tal y como hicimos con los combustibles fósiles. De aquellos barros estos lodos.
Verónica Bermúdez Benito es directora de Investigación Senior en QEERI (Centro de Energía del Qatar Environment and Energy Research Institute) y experta en Energías Renovables
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