Cuando nos referimos al cambio climático soy partidaria de enfatizar siempre la palabra emergencia. La idea de que necesitamos reaccionar ante una situación de urgencia antes de que sea demasiado tarde, ampliamente aceptada por la comunidad científica y en parte por la opinión pública, debe interiorizarse definitivamente entre los gestores públicos. No estamos ante un reto o amenaza futura, sino que se trata de una realidad que afrontamos hoy y que está condicionando nuestro día a día.

No nos podemos permitir que nadie deje de descansar, jugar o disfrutar en el espacio público por el sol o el calor

Para los representantes políticos, especialmente los que tenemos responsabilidades de gobierno en las ciudades, esta situación de emergencia significa que hay que actuar y hacerlo rápido. El tiempo de dibujar grandes metas ha pasado. Ahora debemos afrontar el corto plazo, adaptando la ciudad al nuevo clima, y a la vez desplegar todas las políticas necesarias para mitigar el calentamiento en el medio y largo plazo.

En Barcelona, estamos acelerando esta adaptación priorizando el confort climático, especialmente de las personas más vulnerables, creando una extensa red de refugios climáticos y generando espacios de proximidad donde las personas puedan resguardarse de las temperaturas elevadas. En esta línea, una de las actuaciones prioritarias de este mandato es la climatización de 170 escuelas de toda la ciudad para garantizar el confort climático en las aulas.

Por supuesto, seguiremos multiplicando la infraestructura verde de la ciudad. Nuestra prioridad es aumentar la presencia de verde mediterráneo, aquel que mejor se adapta a las nuevas condiciones del clima, localizando y aprovechando todos los espacios disponibles tanto en las calles como en cubiertas o medianeras. Si estamos de acuerdo en que el verde es un elemento clave para la mejora global de las condiciones de vida en la ciudad, lo que no tiene sentido es prescindir de espacios disponibles para desarrollarlo. Y en los espacios donde no podemos plantar árboles utilizaremos pérgolas para generar nuevos espacios de sombra. No nos podemos permitir que nadie deje de descansar, jugar o disfrutar en el espacio público por el sol o el calor.

La tercera prioridad, especialmente urgente dado el contexto actual de sequía, es la mejora de nuestra infraestructura de gestión del ciclo del agua. Por suerte, en este apartado no partimos de cero. Gracias a las inversiones realizadas en los últimos 20 años, Barcelona ha reducido un 20% su consumo de agua por cápita y ha consolidado una amplia red de suministro de agua freática. Queremos ser referentes en políticas urbanas de gestión del agua y, también por ello, el año que viene Barcelona acogerá una cumbre internacional contra la sequía en la que se debatirá la hoja de ruta para afrontar de forma estructural este reto.

Y por último, dentro de las principales actuaciones urgentes está la protección de nuestro frente marítimo ante los temporales que sufrimos cada vez más a menudo. Es hora de decidir, con el conjunto de administraciones, qué partidas reorientamos para proteger y adaptar nuestro litoral.

En el medio plazo el objetivo es, obviamente, la descarbonización global. Exceptuando a algunos gobiernos negacionistas, pocos y esperemos que cada vez más aislados, el diagnóstico ampliamente compartido es que necesitamos reducir las emisiones y el consumo energético. La fórmula para conseguirlo la compartimos una gran mayoría de los gobiernos locales: reducción del tráfico de vehículo privado priorizando la movilidad sostenible, políticas de rehabilitación a gran escala para mejorar la eficiencia energética del parque de edificios e inversiones para aumentar la capacidad de generar energía limpia. En una ciudad como Barcelona esto básicamente se debe traducir en seguir aumentando los metros cuadrados de tejados y espacios libres con placas fotovoltaicas.

En resumen, tanto el corto como el medio plazo exigen ambición, mirada amplia y ser capaces de mover grandes partidas presupuestarias. La transformación de las ciudades debe ser rápida y a la vez estructural. Y como cualquier cambio drástico este deberá producirse a través del diálogo y el pacto entre todos los agentes. Solo así conseguiremos una transición socialmente justa y que realmente tenga el impacto que necesitamos ante la emergencia.

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Laia Bonet es teniente de alcalde de Urbanismo, Transición Ecológica, Servicios Urbanos y Vivienda de Barcelona