El PNV existe antes de que Euskadi se llamara Euskadi. Antes de que la ikurriña se hubiera inventado. Nació como cauce para reivindicar una identidad propia. Lo hizo desde posiciones a medio camino entre los argumentos de tinte racista de su fundador, sus posiciones religiosas extremas y el rechazo frontal a todo lo que se relacionara con España.

Ha vivido la paz y la guerra, el exilio y la dictadura, y más recientemente, décadas de violencia terrorista. El PNV acaba de cumplir 125 años y lo ha hecho en el que es probablemente el mejor momento de su historia centenaria.

El sueño de Sabino y Luis Arana, los fundadores de la formación, de lograr una Euskadi independiente continúa sin cumplirse. El PNV no ha dejado de tenerlo en el frontispicio de su ideario pero cada vez más como argumento movilizador en mítines y fiestas del partido que como batalla política prioritaria. El 31 de julio de cada año se conmemora la festividad de San Ignacio de Loyola, una jornada con tintes religiosos, jesuíticos en particular -en honor al fundador de la Compañía de Jesús, a la que pertenecieron varios de los nombres de peso en la historia del PNV-. Una festividad que se engarza además con otro aniversario: el de la fundación de ETA. El partido se creó oficialmente el mismo dia pero de en 1895, la banda terrorista -cuyo germen se sitúa en una escisión de las juventudes del PNV-, en 1959. De algún modo, ambos elementos concentran el devenir y evolución de la formación en las últimas décadas.

Sobrevivir durante 125 años y hacerlo con la fortaleza con la que hoy demuestra el PNV no es tarea fácil. En este largo siglo muchos son los partidos que se han quedado por el camino. Sólo el PSOE, fundado 16 años antes, en 1879, gracias en gran medida al impulso del socialismo vasco, vive la misma longevidad que el PNV. Saber adaptarse a las circunstancias de cada momento histórico, acertar en la toma de temperatura a la sociedad, consolidar una firme estructura interna en el partido, gestionar con acierto las crisis y discrepancias internas o la capacidad de apostar por el pragmatismo a costa de la ideología o haber impregnado de redes de dependencia laboral, clientelar en muchos casos, social en otros, por toda Euskadi pueden definir bien el ‘catecismo’ que ha permitido al PNV una vida tan larga y abortar, por ahora, cualquier alternativa viable a su poder.

En Sabin Etxea hace años que depuraron convenientemente la trayectoria de su fundador. Sobre ella se impuso un filtro que subraya su apuesta por construir una identidad y patria vasca y relega las ideas más controvertidas de Sabino Arana, las que la oposición al nacionalismo jeltzale reitera de modo continuado. En el PNV no reniegan de Arana, cada año honran su memoria ante su tumba y ante la escultura que le recuerda frente a su sede en Bilbao. Ayer volvieron a hacerlo: flores, 'aurreskus' y 'bertsos' en su honor. Fue él, junto a su hermano Luis, quien elaboró la base ideológica y de principios que dio forma al partido.

Sabino no vivió mucho para poder ver cómo su proyecto político crecía. Nacido en 1865, falleció cuando sólo tenía 37 años. Muerte prematura que no le impidió dejar por escrito un abundante legado y controvertido ideario que llevaba a repudiar lo español, a defender hasta el extremo la pureza de lo vasco -investigó todos los apellidos de su mujer para verificar que no era ‘maqueta’- y a dibujar la hoja de ruta de un proyecto que doce décadas y media después continúa vigente, pese a que poco o nada se parece al que Arana ideó.

El 'decálogo de supervivencia' del PNV que le ha permitido sobrevivir a una guerra, una dictadura, un exilio, una profunda escisión interna y a casi perpetuarse en 40 años democracia es lo que define, hoy por hoy, al partido que ha logrado mimetizarse con Euskadi hasta casi apropiársela en el imaginario colectivo de muchas generaciones de vascos.

1.- Vincular la patria y lo vasco al PNV

En muchos ámbitos de la sociedad vasca aún se percibe la idea de que ser vasco es ser del PNV. O que los verdaderos vascos, los auténticos, son los del PNV y que fuera de ellos la vasquidad, la buena, palidece, incluso en otros ambientes nacionalistas. El último ejemplo se ha producido esta semana. Ante la escultura de Sabino Arana, durante un homenaje a su fundador, el presidente del PNV, Andoni Ortuzar volvió a vincular ayer el PNV con el concepto de Euskadi, de la defensa de la nación y la patria. La idea de que el auténtico amor por Euskadi sólo se siente en sus filas y que sin ellos jamás ésta hubiera existido se mantiene vigente desde hace décadas. Ortuzar afirmó que “el sentimiento abertzale nació con el PNV” y que con él se ha desarrollado, “y pervivirá gracias al PNV”. La legitimidad para proclamar Euskadi como “la patria de los vascos” está en su formación, añadió, y “no hay nadie con mayor y mejor trayectoria nacionalista”, dijo.

El PNV recuerda periódicamente que fue Sabino Arana quien dio forma y organizó “la conciencia nacional vasca” tras la erradicación de los fueros. Lo hace en ocasiones para recordar a la izquierda abertzale que ellos llegaron después, que el origen se encuentra en el PNV y por tanto nunca deben “erigirse en tribunal para determinar quién es o no abertzale, el sentimiento abertzale nació con el PNV”.

2.- Principios volubles y en evolución

Lo que hoy defiende el PNV poco o nada se parece a lo que propugnaba Arana cuando lo fundó. Tampoco lo que el partido apoyaba muchas décadas después, a comienzos de los 70. El ideario en el que la raza vasca, lo religioso o el rechazo a España primaba sobre todo lo demás ha ido relegándose. Hoy el PNV no actúa como un partido eminentemente ‘antiespañol’ ni propugna la necesidad de acreditar apellidos vascos para ocupar cargos o el rechazo al ‘maqueto’ (el emigrante español) por ser ‘el mal’ que contamina la identidad vasca. Tampoco el elemento religioso tiene ya presencia, el partido hace años que se declaró aconfesional. Aún en los años de exilio al lehendakari Agirre le hicieron jurar ante la ostia consagrada para que actuara de acuerdo a la disciplina del partido.

Hoy el PNV no es un partido nacionalista de derechas al uso, con posiciones extremas. Su viraje progresivo hacia posiciones de corte socialdemocrata, más progresista en los social y conservadoras en lo económico, le han permitido abarcar un amplio espectro ideológico y con ello ensanchar su base electoral de derecha a izquierda. También la modulación ‘ad hoc’ de su discurso nacionalista -en especial en los últimos años, tras la salida de Ibarretxe y la llegada de Urkullu- le ha permitido captar apoyos en ámbitos incluso más afines al constitucionalismo.

3.- 'Bicefalia' y sólida estructura

En la mayor parte de los últimos 40 años el partido ha gobernado Euskadi, salvo el periodo 2009-2012, cuando Patxi López asumió la lehendakaritza. El PNV siempre ha tenido claro que el partido debía quedar blindado de cualquier riesgo y tensión procedente de la acción de gobierno institucional. Su reconstrucción, tras cuatro décadas de exilio, fue muy complejo, tras una larga clandestinidad. Sin recursos ni estructura, profundamente diezmado, requirió una ardua labor de recuperación orgánica y de implantación social durante la Transición.

La llamada ‘bicefalia’, por la que no se pueden compaginar resposabilidades orgánicas con cargos institucionales, ha supuesto una vacuna útil en todos estos años, además de una balanza y equilibrio en la toma de decisiones. El propio Urkullu tuvo que abandonar la presidencia del PNV para optar a la lehendakaritza en 2012.

En el PNV no hay carreras meteóricas. La mayor parte de las estructuras de la formación está integrada por militantes que han ido ascendiendo desde la base del partido hasta asumir cargos en los distintos niveles de la formación. La organización local, con penetración en todos los municipios del País Vasco y sectores sociales y económicos, no sólo le permite contar una sólida implantación sino también disponer de un contacto directo y siempre actualizado de la realidad de la ciudadanía. La solidez de su estructura también la refuerza los complejos procesos de elección de cargos y de ejecutivas que aplica y que aseguran un alto grado de participación de la militancia y un menor riesgo de fracturas interna.

4.- Independencia: pragmatismo soberanista

Fue la aspiración máxima de su fundador y es el motor que sigue moviendo el organigrama: “Euskadi es la patria de los vascos”. Pero en los 125 años de historia del PNV alcanzar un Estado independiente ha sido un objetivo que cada vez más ha pasado a ser un anhelo, una bandera que se enarbola y poco después se guarda. La independencia ha dejado de tener prioridad. La complejidad de su consecución ha primado que se hable más de incrementar ‘cuotas de autogobierno’ que de ruptura con España.

Es mero pragmatismo soberanista. Permite reivindicar la singularidad vasca sin generar grandes tensiones y avalando con ella, cada vez más, la diferenciación con el resto del país. Una suerte de camino hacia el Estado vasco libre que un día soñó Sabino Arana pero sin zancadas ni pulsos, sino pasito a pasito. El PNV nunca se unió a la vía unilateral y de enfrentamiento con España que lideró el independentismo de Puigdemont. Ni siquiera Ibarretxe propuso caminos de choque con España, su propuesta murió cuando la presentó en el Congreso para solicitar su tramitación, que fue denegada.

Ahora Urkullu tampoco habla abiertamente de independizarse. Propone una actualización de la realidad territorial para convertir a Euskadi en una confederación de España y hacerlo respetando el marco Constitucional que reconoce la condición de nación del País Vasco.

5.- Un partido, dos 'almas'

Es esta cuestión de la intensidad soberanista la que más ha fraccionado históricamente al partido. Pero las ‘dos almas’ del PNV hace tiempo que no discuten. En tiempos de Xabier Arzalluz el partido tuvo que convivir entre quienes apostaban por acelerar el pulso abertzale, comer terreno a la izquierda radical en materia soberanista, y los que siempre apostaron por una posición más realista y pragmática.

La salida de Arzalluz de la dirección del partido y la carrera por la presidencia que libraron Joseba Egibar, llamado a ser su ‘delfín’, y Josu Jon Imaz, fue fiel reflejo de aquellos ‘dos PNVs’. Antes afloró la crisis interna que derivó en la escisión y posterior aparición de EA con Carlos Garaikoetxea como máximo exponente. Hoy en el PNV se han impuesto los moderados, los de identidad pragmática, como Urkullu, Ortuzar y Esteban.

6.- 'Toma de temperatura' social

Es una de las herramientas que más cuida el PNV. Saber tomar bien la temperatura a la sociedad para adaptarse a las demandas de cada momento es algo que el partido trabaja de modo especial. Sin duda en esta tarea la amplia red de ‘batzokis’ o sedes sociales que tiene dispersas por prácticamente cada uno de los 250 municipios vascos y muchos navarros es imprescindible.

Los virajes y apuestas políticas que se acuerdan en los despachos de Sabin Etxea nacen en realidad de la base, de la toma de temperatura de las organizaciones locales. La que hoy es la sede oficial del partido, la antigua casa de Sabino Arana, situada en pleno dentro de Bilbao -y que las tropas franquistas ocuparon para convertirla en sede de la Falange- fue el primero de los ‘batzokis’ del PNV.

Además, esta red de sedes, con locales de hostelería abiertos al público, se han convertido también no sólo en un modo de estar presente socialmente sino también de financiación. Hoy los cientos de ‘batzokis’ del PNV se han convertido en negocios que el partido arrenda a promotores hosteleros con el único requisito de cumplir determinadas exigencias que no contradigan al ideario del partido.

7.- Corrupción y 'palabra del PNV'

Es el mantra preferido del partido en los últimos años, "palabra de PNV". Tradicionalmente el mensaje del partido ha subrayado valores como la honradez, el rigor y el respeto a la palabra dada. La realidad en ocasiones ha sido bien distinta. Los casos de corrupción que han salpicado al partido han sido en ocasiones de gran entidad, como el llamado ‘Caso de Miguel’ por el que han sido condenados altos cargos del partido.

El intento por erradicar los comportamientos corruptos de la formación no ha evitado que el partido se vea salpicado en numerosos casos en ayuntamientos y otras instituciones, si bien en la mayoría de ellos el impacto penal ha sido de escasa entidad y casi nulo en lo electoral. El mensaje que durante años el PNV ha esgrimido asegurando que Euskadi es una suerte de ‘oasis’ ante la degradación en el resto del Estado hace tiempo que se demostró falso pero que aún sobrevuela como cierto.

8.- Autogobierno 'ad hoc'

Es probablemente la cualidad más valorada por muchos de sus votantes, los más fieles y los esporádicos. También la que más rechazo suscita fuera de Euskadi. El PNV ha defendido lo posible siempre antes que la utopía. Su capacidad de negociación y la condición en muchos casos de formación clave en la suma de mayoría en el Congreso le ha permitido cerrar acuerdos que han ido engordando no sólo las instituciones vascas sino también el marco de autogobierno del que hoy disfruta el País Vasco.

El PNV ha arrebatado logros en forma de transferencias, compromisos presupuestarios o inversiones plurianuales a todos los Gobiernos de la democracia. Lo hizo al PSOE de González, a Zapatero y a Sánchez y al PP de Rajoy y Aznar. En la mayoría de los casos lo ha hecho sobre la base de la defensa de su autogobierno y su marco singular. Herramientas como el Concierto Económico y el Cupo han sido habitualmente motivo de rechazo en el resto de España y aplauso en Euskadi. Igual ha sucedido con los sucesivos pactos de transferencia de competencias, que el PNV concibe como el mero cumplimiento de una Ley Orgánica como es el Estatuto de Gernika, incumplido desde 1979, y la oposición al nacionalismo ha calificado de concesiones del Gobierno a la minoría nacionalista vasca de la Cámara Baja.

9.- Diálogo rentable y acuerdo posible

La historia, fundamentalmente la más reciente, demuestra que el escaso peso del PNV en las instituciones nacionales ha sabido exprimirla sabiendo hacerse necesario cuando no imprescindible. También que el dominio político que ha alcanzado en Euskadi no ha supuesto una ruptura de interlocución con el resto de agentes políticos.

El PNV ha gobernado el País Vasco todas las legislaturas excepto la comprendida entre 2009 y 2012. A lo largo de cuatro décadas ha sido capaz de gobernar con el PSE, con EA, con Izquierda Unida y con el apoyo externo del PP. Incluso más recientemente alcanzó un acuerdo presupuestario con Elkarrekin Podemos.

A nivel nacional la trayectoria y capacidad de negociación también ha quedado acreditada, así como el uso de una 'lealtad reversible' en función de las necesidades del momento político. El PNV de Arzalluz se entendió con Aznar en su primer mandato. Lo hizo años después con Mariano Rajoy, antes de dejarle caer días después de respaldar sus cuentas. Con la izquierda los acuerdos también han existido, el más reciente el brindado a Sánchez para ser designado en una moción de censura que terminó con el Gobierno de Rajoy.

10.- De partido 'vizcaíno' a hegemónico

El PNV estaba llamado a ser un partido eminentemente vizcaíno. Arana siempre subrayó su arraigo a Vizcaya. De algún modo, lo sigue siendo, en las últimas elecciones del 12-J volvió a demostrarse que los jeltzales tienen en Vizcaya a su feudo más sólido. En los últimos años, sin embargo, han logrado reforzar su implantación en Guipúzcoa y Alava hasta convertirse en un partido hegemónico en Euskadi. Los 31 escaños obtenidos, tres más que en las autonómicas de 2016, lo sitúan prácticamente -a solo un escaño- del mejor resultado de su historia, con 32 asientos en el Parlamento Vasco en 1984, en tiempos anteriores a la escisión de EA.

La moderación que se impuso en el mensaje e incluso en los modos con la llegada de Iñigo Urkullu supuso además una recuperación electoral importante para la formación. En las últimas elecciones el PNV ha sabido ganarle terreno a la izquierda abertzale en el que hasta hace poco era su feudo; Guipúzcoa. Hoy el PNV es la sigla más votada. Incluso en Alava, donde el PP se imponía de forma clara en plazas como Vitoria, los nacionalistas vascos que lidera Ortuzar han logrado abarcar y absorber a buena parte del electorado ‘popular’.