Iglesias no está hecho para el traje, que le queda como si lo sacaran de la piscina con él. Pero se lo puso, se puso traje para la ceremonia del dinero, como se pone traje un novio que nunca se lo ha puesto. El dinero público es esa señorita rosada de pueblo que se merece un traje y hasta un vals, aunque a Iglesias la cosa le quede como un camarero bailando un pasodoble. Los presupuestos son dineros nuestros que los políticos presentan como suyos con un ritual de cuerno de la abundancia, levantando y enseñando el tomito como un cáliz sagrado o como la novia de pueblo a la que luego le quitarán lascivamente los lazos y la inocencia de pastorcilla en la intimidad. Iglesias, con la corbata mal puesta o todavía tendida, con la chaqueta bocona con la percha de alambre dentro; Iglesias como un tronco de árbol con traje, en fin, era como el novio feo y montuno que se ha llevado en brazos a nuestra moza, nuestro dinero, envuelto en papel de arroz y mariposas de encaje.
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