De entre todos los países hispanoamericanos, puede ser Argentina el que, por historia y por afinidad, más cerca se encuentre de España. Ambos comparten un relato en paralelo que incluye una valiosa correspondencia en materias sociales, políticas, económicas y, sobre todo, culturales. Ahora que su relación diplomática pasa por horas bajas, conviene recordar que el país de la plata ha sido históricamente un lugar clave para la cultura española.
Más allá del pasado virreinal, el vínculo hispano-argentino se ha mantenido como una de las diplomacias más duraderas y fructíferas de su historia, a pesar de que el siglo XIX comenzó con la Revolución de mayo (1810) y la posterior independencia de 1816. A finales de ese mismo siglo, la cultura argentina se despegó del afrancesamiento decimonónico y, poco a poco, fue abrazando la herencia española hasta convertirse, a principios del XX, en el mayor aliado cultural de España en los años veinte y en adelante.
La importancia de la diplomacia cultural española
Las bases de esta relación histórica le deben mucho al doctor Avelino Gutiérrez y a su Institución Cultural Española, fundada en 1914. Un español en Buenos Aires que se empeñó en traer a destacados intelectuales como Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset, Francisco Ayala, Américo Castro, María de Maeztu y Augusto Pi y Suñer, entre otros. La institución se encargó de establecer contactos entre las élites argentinas y la producción científica, artística y literaria españolas.
Muy sonada fue la visita de José Ortega y Gasset en 1916, junto a su padre José Ortega y Munilla. Un primer viaje que marcó para siempre el vínculo entre el filósofo y Argentina. País al que regresó en varias ocasiones, incluyendo el exilio del 39. Siguiendo la estela de Ortega, en 1921, aterrizó en Buenos Aires Eugenio D'Ors para realizar una gira de conferencias. Visitas que coincidieron con un clima de renovación filosófica que miraba directamente a Europa, pasando por España.
También Ramiro de Maeztu, embajador de España en Buenos Aires desde 1928, ejerció una influencia de retorno, puesto que su contacto con los grupos fundadores del nacionalismo argentino impactaron de forma crucial en su latente evolución ideológica (Defensa de la Hispanidad). Mientras, en el campo de la lírica, Gerardo Diego acudió para dar varias conferencias para hablar sobre la nueva poesía española.
La importancia de la prensa argentina
Asuntos como las tendencias en literatura y arte, o la realidad social y política españolas no eran causas ajenas para los argentinos. Dos grandes diarios como La Prensa, fundada en 1869, y, sobre todo, La Nación, en 1870, se dedicaron a seguir con atención lo que ocurría al otro lado del Atlántico.
En el caso de La Prensa, contó con un relevante elenco de colaboradores españoles empezando por Azorín y Ramón Pérez de Ayala, ambos en nómina desde 1916. Entre los colaboradores de La Nación figuraban por entonces otros escritores españoles como Unamuno, Gregorio Marañón, Luis Araquistain o Salvador de Madariaga. Todos ellos se ocupaban, especialmente, del tema de España, de su historia, su presente, su literatura y su arte.
En La Nación escribió con asiduidad Ortega (entre 1923 y 1940) y también se pudieron leer las ingeniosas greguerías de Ramón Gómez de la Serna, tan admiradas por los lectores argentinos. Otro ilustre español de este periódico fue Guillermo de Torre, uno de los fundadores del movimiento ultraísta, que llegó a ser secretario de redacción de La Nación y en 1931 se convirtió en el primer secretario de la revista literaria Sur, fundada por la escritora porteña Victoria Ocampo.
Los libros se salvaron en Argentina
Aunque si hubo algo realmente capaz de permear las relaciones culturales entre ambos países, eso fueron los libros. Argentina se convirtió en el mercado más importante para la industria editorial española, apoyada en gran parte por las librerías de todo el país.
La influencia de la literatura española, que ya se había hecho fuerte a principios de siglo, se dejó sentir en la fundación de sellos como Espasa Calpe Argentina, Emecé, Losada o Sudamericana. Editoriales que llenaron el vacío provocado por la guerra civil y la consecutiva dictadura franquista.
Fueron estas las que continuaron editando a los grandes de nuestras letras, cuando la censura y el drama económico no lo permitían. Dando paso a una edad de oro para la industria editorial argentina que creció de manera inversamente proporcional al declive de la española.
Un refugio para la cultura
Y es que en los convulsos inicios del siglo XX, Argentina se convirtió en un refugio para todo tipo de exiliados españoles, desde carlistas hasta republicanos, pasando por socialistas y anarquistas. No hubo corriente ideológica, política o literaria importante de la escena española que los lectores argentinos no conociesen.
Pero lo que marcó para siempre el hermanamiento de la cultura española con el país de la plata fue el estallido de la guerra civil en el 36 y la posterior derrota del bando republicano en el 39. Se produjo entonces una auténtica fuga de cerebros que, lejos de encontrar paz al otro lado de los Pirineos, en plena Segunda Guerra Mundial, volvieron a mirar hacia el Atlántico para recalar en el lugar en el que podían seguir siendo respetados.
En abril de 1939 se constituyó en Buenos Aires la Comisión Argentina de Ayuda a los Intelectuales españoles. El intercambio científico-cultural que habían establecido organismos como la Junta de Ampliación de Estudios y la Institución Cultural Española sentaron las bases para que los grandes intelectuales pudieran seguir ligados al terreno académico. Fue así como se estableció Ortega y Gasset (1939-1942). Por su cátedra en la Universidad de Buenos Aires pasarían muchos profesionales que luego se exiliaron o pasaron por Argentina buscando otros destinos.
Las colaboraciones en diarios como La Nación fueron esenciales para que escritores como Francisco Ayala o Ramón Gómez de la Serna se instalaran con sus familias en Buenos Aires. Ayala fue contratado por la Universidad Nacional del Litoral en Santa Fe para impartir unos cursos de Sociología. En el caso del inventor de las greguerías, también le unían los lazos familiares de su mujer Luisita, porteña de nacimiento. También el matrimonio de Rafael Alberti y María Teresa León buscaron una vida mejor en Argentina, donde vivieron durante 23 años y nació su hija Aitana.
Pintoras como Maruja Mallo, escritoras como Elena Fortún, políticos de uno y otro signo como Clara Campoamor y Dionisio Ridruejo también pasaron por la Argentina. Nombres ilustres de todos los campos de la sociedad española como Niceto Alcalá Zamora, expresidente de la república, el compositor Manuel de Falla o la pedagoga y humanista María de Maeztu cruzaron nuestras fronteras para no volver a pisarlas y acabaron muriendo en ese exilio argentino.
La guerra civil, una experiencia compartida
Todos ellos dejaron allí un poso de una España que nunca volvió. Fue también el lugar donde se pudo hablar de lo que, en un país en guerra, no había tiempo para discutir. La guerra civil se convirtió, por contagio, en parte de la experiencia vital y las discusiones políticas de los argentinos.
"¡Qué Buenos Aires aquel de nuestra primera amistad con la vida nueva! En las mesas de los cafés de la Avenida de mayo se discutía y se gritaba como si aún Madrid estuviese defendiéndose", escribe María Teresa León en sus memorias.
Quizá por ello, cuestiones políticas aparte, Argentina fue uno de los pocos países que supieron empatizar con la delicada situación de la España de la posguerra, con la escenificación de aquella icónica visita de Evita Perón. Y es que se podría decir que España debe una parte importante de su legado cultural e histórico a Argentina, tanto como Argentina se lo puede deber a una España que se ha convertido en una referencia para las posteriores diásporas argentinas.
Un relato compartido en el que la vida de ambas naciones transcurre en paralelo. Dejando una huella social y cultural común, que aún hoy día sigue formándose a través de ese límite, no tan decisivo, que representa el océano Atlántico.
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