Semana decisiva. Entramos en la fase final del pulso de la Generalitat al Estado de Derecho. Todos los ojos están pendientes de lo que ocurra en las calles.

Las manifestaciones celebradas en Barcelona tras la detención el pasado miércoles de 15 altos cargos de diversas consejerías han atraído la atención de la prensa seria europea, que, hasta ese momento, no le prestaba demasiada atención a lo que ocurría en Cataluña. El día 20 por la noche se rozó el desastre cuando los cientos de concentrados frente al departamento de Economía -que estaba siendo registrado por orden judicial-, sito en la Rambla de Catalunya, destrozaron varios vehículos de la Guardia Civil, llevándose incluso la munición de las dotaciones. El juez de instrucción número 13 de Barcelona le ordenó al major de los Mossos, Josep Lluís Trapero que interviniera para facilitar la salida de la comisión judicial, pero su instrucción fue desobedecida. El hecho, sin precedentes, ha tenido dos consecuencias. La primera de ellas, la decisión de la Fiscalía General de interponer una denuncia en la Audiencia Nacional por un posible delito de sedición de los responsables de esos hechos. Y, en segundo lugar, la decisión del fiscal jefe de Cataluña, José María Romero de Tejada, de poner a los Mossos a las órdenes del coronel de la Guardia Civil y responsable del gabinete de coordinación de la Secretaría de Estado de Seguridad, Diego Pérez de los Cobos.

Ambas decisiones tienen como fin no sólo asegurar que el día 1 de octubre no se celebrará la votación que pretende la Generalitat, sino garantizar que no se produzcan alteraciones graves del orden público en los próximos días.

Lo que ha sucedido desde que la Fiscalía ordenó desbaratar el referéndum ha dividido al propio gobierno de la Generalitat. La efectividad de la Guardia Civil a la hora de descubrir los escondrijos de papeletas, carteles, documentación, etc. ha llevado al vicepresidente Oriol Junqueras a reconocer cariacontecido que las condiciones para la celebración del referéndum del 1 de octubre se habían alterado y que, por tanto, ya no será como estaba previsto. Pero, al mismo tiempo, Carlos Puigdemont ha elevado el tono del enfrentamiento con el gobierno, asegurando que habrá urnas y que se podrá votar.

 Puigdemont está dando muestras de inestabilidad emocional. Unos días está eufórico, otros deprimido"

Puigdemont ve como el vicepresidente de la Generalitat empieza a flojear y, además, comprueba como día tras día su propio partido, el PDeCAT, le rehuye como si fuera un personaje superado por las circunstancias. El partido de la burguesía catalana por antonomasia se encuentra atado de pies y manos embarcado en una estrategia que marcan los independentistas más radicales y que sólo beneficia a la CUP. La tensión y el aislamiento están teniendo consecuencias en el comportamiento del presidente de la Generalitat. Una fuente me comenta: "Puigdemont está dando muestras de inestabilidad emocional. Unos días está eufórico, otros deprimido. Sabe que se lo juega todo en los próximos días y está angustiado porque entre sus planes no está el dar marcha atrás".

¿Qué puede hacer el presidente de la Generalitat si el 1-O concluye en fracaso? "Tiene dos opciones -me comenta un miembro del gobierno- : hacer una declaración institucional acusándonos de falta de democracia y convocando elecciones; o bien, y esto sería la tormenta perfecta, declarar unilateralmente la república catalana".

Tormenta perfecta, ¿por qué? "Porque ello obligaría a la aplicación del 155, lo que implica deponer a Puigdemont e intervenir la Generalitat", señala la misma fuente.

Si hay incidentes graves esta semana o los días 1 y 2 se llenan de esteladas la calles de Barcelona, Puigdemont puede liarse la manta a la cabeza

Esa hipótesis -una de las que hay sobre la mesa del Consejo de Ministros- preocupa sobremanera no sólo al gobierno, sino a la Fiscalía y a los jueces. "El 155 nunca se ha aplicado y, por tanto, lo que se haga para ponerlo en práctica será ex novo ¿Qué pasará con el Parlament de Cataluña? ¿Se disolverá? Esas medidas tienen consecuencias imprevisibles. cada paso que se dé estará monitorizado por nuestros socios europeos. Además del riesgo de ruptura del bloque constitucional que ahora funciona y que es un respaldo para las decisiones judiciales", afirma una alta magistratura.

Personas de peso en el nacionalismo catalán, como el consejero Santi Vila, o el ex alcalde de Barcelona, Xavier Trias, mantienen vías discretas de diálogo con el gobierno e intentan que Puigdemont no descarrile y se comporte con un cierto grado de racionalidad.

Pero, ¿qué puede inclinar la balanza hacia una de las dos opciones? La calle. Si hay incidentes graves esta semana o los próximos días 1 y 2 de octubre se llena de esteladas el centro de Barcelona, Puigdemont puede liarse la manta a la cabeza para imitar a Lluís Companys.

Pero la historia, como decía Karl Marx en El 18 brumario de Luis Bonaparte, no se repite dos veces de la misma forma. Para su desgracia, a Puigdemont no le espera la gloria en los libros de historia, sino la farsa y el ridículo.